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NOTICIAS 8 de julio de 2009
El Papa pide una nueva ética económica
"La crisis nos obliga a revisar nuestro camino"
En la encíclica “Caritas in Veritate”, presentada el día 7 de julio, Benedicto XVI critica el modelo de desarrollo económico que ha caracterizado los últimos años, “aquejado por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha puesto todavía más de manifiesto”, y añade: “la crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso”.
En su encíclica, el Papa denuncia el hambre y la injusticia en la sociedad globalizada, reclama una globalización de rostro humano y solicita la “urgente reforma” de Naciones Unidas y de “la arquitectura económica y financiera internacional”. Urge, afirma, “la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” que goce de poder efectivo.
Amor y verdad
La encíclica comienza afirmando que el amor y la verdad son las piedras angulares que sostienen al hombre en el mundo y que “la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”. Una caridad sin verdad, señala, se podría confundir fácilmente con “una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales”.
El primer capítulo está dedicado al mensaje de la Populorum progressio de Pablo VI, y en él señala que las causas del subdesarrollo no son principalmente de orden material; están ante todo en la voluntad, el pensamiento y todavía más en la falta de fraternidad entre los hombres y los pueblos.
El segundo capítulo analiza “El desarrollo humano en nuestro tiempo”, y en él afirma que el beneficio económico, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza, a la vez que critica la actividad financiera especulativa, los flujos migratorios “frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente” y la explotación sin reglas de los recursos de la tierra.
Eliminar el hambre
Benedicto XVI denuncia también “el escándalo del hambre” y auspicia “una ecuánime reforma agraria en los países en desarrollo”.
“En la era de la globalización, escribe, eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta”. Señala que “falta un sistema de instituciones económicas capaces” de paliar este problema del hambre, así como las epidemias, la falta de salubridad o el acceso limitado al agua potable. También pide una urgente reforma de las políticas agrarias, para garantizar condiciones ecuánimes para los países en desarrollo.
“El derecho a la alimentación y al agua –dice- tiene un papel importante para conseguir otros derechos, comenzando ante todo por el derecho primario a la vida”. El respeto a la vida, señala, no puede separarse de las cuestiones relacionadas con el desarrollo de los pueblos. “Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien del hombre”. También presenta como ligado al desarrollo el derecho a la libertad religiosa, a la vez que alerta ante la violencia fundamentalista.
En el tercer capítulo, el Papa elogia la experiencia del don. El desarrollo, si quiere ser auténticamente humano, necesita “dar espacio” a este principio de la gratuidad, y la lógica mercantil debe estar “ordenada a la consecución del bien común, que es responsabilidad sobre todo de la comunidad política”. Hacen falta “formas de economía solidaria” y “tanto el mercado como la política tienen necesidad de personas abiertas al don recíproco”.
Para el Papa, la globalización necesita “una orientación cultural personalista y comunitaria abierta a la trascendencia”, y capaz de corregir sus disfunciones.
La economía necesita de la ética
El cuarto capítulo se detiene en las problemáticas relacionadas con el crecimiento demográfico. Reafirma que la sexualidad no se puede “reducir a un mero hecho hedonístico y lúdico”. Los Estados, escribe, “están llamados a realizar políticas que promuevan la centralidad de la familia”. “La economía -afirma- tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de cualquier ética sino de una ética amiga de la persona”. La misma centralidad de la persona, escribe, debe ser el principio guía en las intervenciones para el desarrollo de la cooperación internacional. En ste punto, dice, los organismos internacionales deberían interrogarse sobre la real eficacia de sus aparatos burocráticos, “con frecuencia muy costosos”.
El Santo Padre se refiere también a las problemáticas energéticas. La acaparamiento de estos recursos por parte de Estados y grupos de poder, denuncia, constituyen “un grave impedimento para el desarrollo de los países pobres”. “Las sociedades tecnológicamente avanzadas pueden y deben disminuir la propia necesidad energética”.
En el quinto capítulo, Benedicto XVI pone de relieve que “el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser una sola familia”. Exhorta a los Estados ricos a “destinar mayores cuotas” del Producto Interno Bruto para el desarrollo, respetando los compromisos adquiridos, y augura un mayor acceso a la educación y, aún más, a la “formación completa de la persona” afirmando que, cediendo al relativismo, se convierte en más pobre. Un ejemplo, escribe, es el del fenómeno perverso del turismo sexual. “Es doloroso constatar -observa- que se desarrolla con frecuencia con el aval de los gobiernos locales”.
Reforma de la ONU
El Papa afirma la urgencia de “la reforma de la ONU” y “de la arquitectura económica y financiera internacional. Urge “la presencia de una verdadera Autoridad política mundial” que goce de “poder efectivo”.
En el sexto y último capítulo pone en guardia ante la “pretensión prometeica” según la cual la humanidad cree poder recrearse valiéndose de los prodigios de la tecnología. La técnica no puede tener una libertad absoluta. Tras referirse al campo, especialmente sensible, de la bioética, añade que “la razón sin la fe está destinada a perderse en la ilusión de la propia omnipotencia”. Ante fenómenos como la investigación con embriones, la clonación, promovidas por la cultura actual, el Papa teme “una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos”.
En la conclusión de la encíclica, el Papa subraya que el desarrollo “tiene necesidad de cristianos con los brazos elevados hacia Dios en gesto de oración”, de “amor y de perdón, de renuncia a sí mismos, de acogida al prójimo, de justicia y de paz”.
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