En los últimos 12 años, Manos Unidas ha financiado 393 proyectos relacionados directamente con el agua. Uno de ellos, quizá el de mayor envergadura, se sitúa en Ecuador, y constituye el mayor sistema de riego por aspersión de América Latina.
Para Fidele Pogda, coordinador del departamento de Estudios y Documentación de Manos Unidas, “el origen y sentido de este día, que nace en 1993, es la constatación de que, a pesar de ser un elemento indispensable para la vida, el agua sigue siendo un recurso al que demasiadas personas en el mundo no tienen acceso. En Manos Unidas creemos en la imperiosa necesidad de cuidar uno de los bienes más preciados que tenemos: el agua. Para ello, educamos y promovemos proyectos para el uso y el reparto solidario del agua, convencidos de que entre todos podemos conseguir un mundo más justo y equilibrado, donde todos podamos disfrutar dignamente de los bienes de la tierra y vivir en armonía con la creación. Pues el problema del agua descansa también en una falta de conciencia de la gravedad de nuestras conductas”.
En los últimos 12 años, Manos Unidas ha financiado 393 proyectos relacionados directamente con el agua: 151 en el sector agropecuario, por un importe de 13.410.908 euros, y 242 en el sector sanitario, por un importe de 13.427.531 euros.
Uno de ellos, y quizá uno de los de mayor envergadura, se sitúa en Ecuador, y constituye el mayor sistema de riego por aspersión de América Latina.
En pleno páramo ecuatoriano, a 3.850 metros de altura sobre el nivel del mar, en la provincia de Chimborazo, donde el lobo, el venado y el conejo corren libres en su hábitat, se encuentra la parroquia de Palmira. Sus habitantes habían soñado desde tiempos ancestrales con llevar el agua hasta el lugar y poder “hacer parir la tierra”, dejar la pobreza y soñar con la producción a gran escala. Abrirse paso a través de la montaña no era fácil, por la falta de recursos y lo agreste de la geografía pero, sobre todo, por la carencia de un ente que pudiera llevar a cabo la idea. En definitiva, era una utopía.
Manos Unidas, que cuenta con una larga trayectoria de trabajo en Ecuador, y que sabe que el agua es fuente, no solo de vida, sino de desarrollo, ha apostado siempre porque sus proyectos formen parte de las políticas de desarrollo local, tratando de involucrar las intervenciones en las dinámicas del Sistema de Planificación Local Participativa que actualmente existe en Ecuador.
A partir de esta estrategia nació el programa Convenio“Alli Pacha”, que en kichua significa “tiempo y espacio buenos”. Un convenio de trabajo colaborativo, de cinco años de duración, finalizado en 2015, puesto en marcha por la Fundación MCCH (Maquita Cushunchic Comercializando como Hermanos)y la Central Ecuatoriana de Servicios Agrícolas (CESA), que juntas conformaron el Consorcio MCCH-CESA, apoyado económicamente por Manos Unidas y por la Cooperación Española (Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo), que ha abarcado distintas intervenciones.
Una de ellas fue la construcción de una red de riego por aspersión, presurizado, desde la captación del agua en sus fuentes de origen, hasta su conducción y almacenaje en tanques para su posterior utilización en el riego parcelario. Se trata de una obra de gran envergadura, para una superficie aproximada de 514 hectáreas y que ha beneficiado a 532 familias de las comunidades de Atapo Quichala, Atapo Santa Cruz, San Francisco 4 Esquinas, Palmira Centro y Palmira Dávalos. Pero también, una obra que contó con muchas dificultades.
“Entendimos todas las personas de las comunidades que participamos en el proyecto que la unión hace la fuerza; pero no entendíamos la magnitud de dicho proyecto. Solo teníamos las ganas de hacerlo. Caída tras caída…alzábamos la vista, respirábamos profundo y la fuerza venía otra vez a nosotros, y seguíamos caminando con los tubos al hombro para hacer realidad el sueño de más de una generación que ha pasado por estas tierras”, aseguran los beneficiarios del proyecto.
El trabajo se llevó a cabo con la participación de los beneficiarios, usuarios del sistema de riego, que se organizaron en mingas (una tradición precolombina de trabajo comunitario o colectivo voluntario con fines de utilidad social o de carácter recíproco) de excavación y colocación de tuberías, transportando ellos mismos el material montaña arriba. Allí, a una temperatura de dos grados centígrados, no faltaron los obstáculos. Incluso hubo pérdida de vidas humanas.
“Hemos trabajado hombres, mujeres, niños… para que la minga continuara, para tener nuestro beneficio. Han muerto 6 o 7 personas, porque era demasiado difícil y pesado el trabajo, pero así lo hemos sacado adelante”, recuerda Ana Roldán, de la comunidad de Atapo Santa Cruz.
Fausto Daquilema, de la comunidad de Palmira Dávalos, relata el proceso hasta llegar al final. “Cuando subíamos arriba al páramo y mirábamos para abajo, decíamos… cuándo podríamos llegar a este proyecto porque era muy larga la extensión; A la mente nos venía decir: ¿cuándo será realidad?
Hoy hemos despertado del sueño, hemos venido alcanzando el trabajo con las tuberías, con los puentes, en partes ha habido también hormigón armado… hemos tenido que venir con puentes colgantes… muchas cosas que hemos trabajado colgando desde la parte de arriba de las montañas… Ha sido muy difícil el trabajo de todos nosotros”.
La Cooperación Española, tanto por parte de Manos Unidas, como de la AECID, ha sido también muy importante. “Ni los gobiernos parroquiales, ni locales, ni el mismo gobierno central hubiesen podido ayudar, porque es una obra grande; esa ayuda es muy importante”, destaca Oswaldo Roldán, joven dirigente comunitario.
Así lo corrobora Carlos Vicente Alconcé, técnico de Manos Unidas, expatriado en Ecuador, para coordinar desde allí el proyecto: “Esta gente, por muchos años han perseguido el sueño de agua, porque con el agua hacen realidad una vida más plena. Lo han luchado, lo han peleado, y ahora compartimos la alegría de que lo han conseguido”.