En pleno páramo ecuatoriano, a 3.850 metros de altura sobre el nivel del mar, en la provincia de Chimborazo, donde el lobo, el venado y el conejo corren libres en su hábitat, se encuentra la parroquia de Palmira. Los habitantes de estas remotas tierras habían soñado desde tiempos ancestrales con llevar el agua hasta lugar y poder “hacer parir la tierra”; dejar la pobreza y soñar con la producción a gran escala. Un sueño que dejó de ser una utopía con la llegada a la zona del Convenio "Alli Pacha”, puesto en marcha por Manos Unidas y la Cooperación Española, que ha hecho posible la construcción del mayor sistema de riego por aspersión de América Latina.
En Ecuador hemos sido testigos de como se ha hecho realidad el sueño ancestral de generaciones de campesinos del Chimborazo: el agua. El más preciado y escaso de los bienes riega ya los páramos, gracias al esfuerzo y tesón de los miembros de las comunidades y a la confianza depositada en ellos por Manos Unidas y la Cooperación Española.
Manos Unidas, que cuenta con una larga trayectoria de trabajo en Ecuador, y que sabe que el agua es fuente de vida y de desarrollo, ha apostado siempre porque sus proyectos formen parte de las políticas de desarrollo local, tratando de involucrar las intervenciones en las dinámicas del Sistema de Planificación Local Participativa que actualmente existe en Ecuador.
A partir de esta estrategia nació el programa Convenio “Alli Pacha”, que en quichua significa “tiempo y espacio buenos”. Un convenio de trabajo colaborativo, de cinco años de duración, puesto en marcha por la el Consorcio MCCH-CESA y apoyado económicamente por Manos Unidas y AECID.
Entendimos todas las personas de las comunidades que participamos en el proyecto que la unión hace la fuerza; pero no entendíamos la magnitud de dicho proyecto. Solo teníamos las ganas de hacerlo. Caída tras caída…alzábamos la vista, respirábamos profundo y la fuerza venía otra vez a nosotros, y seguíamos caminando con los tubos al hombro para hacer realidad el sueño de más de una generación que ha pasado por estas tierras, aseguran los beneficiarios del proyecto.
El trabajo se llevó a cabo con la participación de los beneficiarios, usuarios del sistema de riego, que se organizaron en una tradición precolombina de trabajo comunitario voluntario. Excavaron y colocaron tuberías, transportando ellos mismos el material montaña arriba. Allí, a una temperatura de dos grados centígrados, no faltaron los obstáculos, incluso hubo pérdida de vidas humanas.
Ana Roldán, de la comunidad de Atapo Santa Cruz, nos cuenta:
Hemos trabajado hombres, mujeres, niños… para que la minga continuara, para tener nuestro beneficio. Han muerto 6 o 7 personas, porque era demasiado difícil y pesado el trabajo, pero así lo hemos sacado adelante
Fausto Daquilema, de la comunidad de Palmira Dávalos, relata el proceso hasta llegar al final.
Cuando subíamos arriba al páramo y mirábamos para abajo, nos venía a la mente una pregunta ¿cuándo este proyecto se convertirá en realidad?
[...] Hoy hemos despertado del sueño, hemos realizado el trabajo con tuberías, con puentes, en partes ha habido también hormigón armado… hemos tenido que venir con puentes colgantes… muchas cosas que hemos trabajado colgando desde la parte de arriba de las montañas… Ha sido muy difícil el trabajo de todos nosotros.
La Cooperación Española, tanto por parte de Manos Unidas, como de la AECID, ha sido también muy importante. Oswaldo Roldán, joven dirigente comunitario, destaca:
Ni los gobiernos parroquiales, ni locales, ni el mismo gobierno central hubiesen podido ayudar, porque es una obra grande; esa ayuda es muy importante,
Así lo corrobora Carlos Vicente Alconcé, técnico de Manos Unidas, expatriado en Ecuador, para coordinar desde allí el proyecto:
Esta gente, por muchos años han perseguido el sueño de agua, porque con el agua hacen realidad una vida más plena. Lo han luchado, lo han peleado, y ahora compartimos la alegría de que lo han conseguido.