¿Qué diferencia pueden aportar la visión y los valores de las organizaciones cristianas o católicas, como Manos Unidas, en la lucha contra el hambre y en el desarrollo de los pueblos?
Yo creo que es fundamental ir a la raíz, a la motivación. Nosotros, a la hora de luchar contra el hambre, además de utilizar medios técnicos y todos los recursos humanos a nuestra disposición, tenemos algo, un plus maravilloso, que es la motivación. Nuestra atención a los pobres no es una obra de asistencia social, ni mucho menos es una actividad política; nosotros no estamos junto a los pobres, simplemente, por una mera filantropía, por una cuestión humana, sino que también, y ese es el plus, por el amor que tenemos a Dios.
Ese hombre pobre que sufre no es un número, no es una cifra, es mi hermano y, por tanto, tengo que ayudarlo como lo que es, mi hermano, y esa fraternidad me debe llevar a dar al hambriento, al necesitado, al pobre, no una mera limosna. Al pobre hay que quererlo, hay que amarlo, hay que ayudarlo, hay que acompañarlo, hay que compartir su suerte; su pobreza es la mía. Eso fue lo que hizo Jesús.
Por tanto, tenemos una motivación maravillosa, otros quizás se mueven por fines políticos, por aplausos, por rentabilidad, por economía, por ocupar espacios. Nosotros nada de eso, nos movemos por la Iglesia, nos movemos porque Cristo Jesús, en Nazaret, dijo: «Yo he sido enviado para dar la buena noticia a los pobres». Démosles lo mejor que tenemos.
El Papa, en su intervención ante la FAO en 2014, dijo “los pobres no quieren limosna, lo que quieren es dignidad”. Pero la dignidad es intrínseca a la persona solo por serlo. ¿Cómo explicamos “eso” que tenemos que devolverles?
Esa dignidad, que justamente la pobreza se la ha hecho añicos, hay que salvaguardarla, no dañarla por aquello denunciado por el Papa Francisco: la cultura del descarte. Esta cultura hace de los pobres lo último de la sociedad; los margina, los considera desechos, los vuelve invisibles y, al mismo tiempo, hace que el hombre se vuelva sin escrúpulos.
Hay que volver a poner, otra vez, a los pobres en primer lugar, no en el último. Tenemos que darles nuestra esperanza, nuestra solidaridad, nuestro amor. Los que están sufriendo y son pobres, no son escoria, son hermanos nuestros; podríamos ser nosotros si no hubiéramos tenido las oportunidades que tenemos.
El papa Francisco no ha dejado de insistir también en otra palabra: “periferias”. Esas periferias se nos están acercando, están llegando a nuestras casas. ¿Cómo quiere la Santa Sede, cómo quiere el Papa que los católicos afrontemos esta situación?
Yo, en el tema de las migraciones, no hablo a título oficial. Me gustaría hablar como Fernando Chica, en primera persona, a título personal. Todas estas personas que abandonan su tierra no lo hacen porque quieren; porque nadie abandona su tierra por gusto; lo hacen porque en su tierra no tienen perspectivas de futuro, porque su presente se ha vuelto un infierno. Si todas estas personas pudieran vivir en la tierra que les vio nacer con su cultura, con su lengua, con sus tradiciones, con sus paisajes, lo harían.
Ante esta auténtica tragedia, ante esa calamidad humana, no podemos quedar indiferentes. Si seguimos caminando guiados solamente por parámetros económicos, tecnocráticos, de pura contabilidad, si solamente ponemos en el centro al “dios dinero” y lo adoramos como ídolo, seguiremos sufriendo y haciendo sufrir. Pero si el desarrollo de la sociedad se abre y pone a la persona en el centro, entonces otro gallo nos cantaría.
En Manos Unidas hemos iniciado un trienio para “plantarle cara el hambre”, y en este primer año, la palabra clave es “siembra”. Según su opinión y su experiencia, ¿qué debemos sembrar, y en qué orden, para lograr este objetivo?
En la lucha contra el hambre, cada uno puede hacer algo, aquí nadie sobra. Siempre debe ser una siembra generosa, una siembra que lo mismo puede ser hecha por un Estado, por una entidad internacional, por una región, por un municipio o por ti como persona. Por tanto, tiene que ser una siembra conjunta, todos tenemos que sembrar, cada uno desde nuestra función, desde nuestra solidaridad, desde nuestra responsabilidad, desde el lugar que ocupemos y con los medios que cada uno tenga. Se trata siempre de sumar, de hacer converger.
Por tanto, una siembra en común, una siembra generosa, dando lo mejor de nosotros mismos, porque como bien dice una de vuestras Campañas, el hambre no se vence solo con comida. Para luchar contra el hambre hace falta algo más. Hace falta el amor, la justicia y la solidaridad.
Entrevista de Pilar Seidel