Ayer, Francisco realizaba una visita a la sede de la FAO en Roma. El discurso que pronunció el Pontífice ante las autoridades allí presentes fue, una vez más, un tirón de orejas a la comunidad internacional sobre los diversos problemas que afronta nuestro mundo. Aunque todas y cada una de las frases dichas ayer por el Pontífice tienen calado suficiente como para reflexionar hondamente sobre ellas, Manos Unidas ha visto reflejadas en ellas muchos aspectos del trabajo diario de la Organización.
Ayer, 16 de octubre, y con motivo del Día Mundial de la Alimentación, el papa Francisco realizaba una visita a la sede de la FAO en Roma.
El discurso que pronunció el Pontífice ante las autoridades allí presentes fue, una vez más, un tirón de orejas a la comunidad internacional sobre los diversos problemas que afronta nuestro mundo, y su directa relación con la pobreza y el hambre, especialmente este año, en el que el número de hambrientos ha aumentado por primera vez en quince años.
Aunque todas y cada una de las frases dichas ayer por el Pontífice tienen calado suficiente como para reflexionar hondamente sobre ellas, Manos Unidas ha visto reflejadas en ellas muchos aspectos del trabajo diario de la Organización.
Escuchar al Papa ayer suponía, para nuestra Organización, un continuo recuerdo del trabajo que cada año apoyamos en más de 60 países, con los proyectos de desarrollo que ponen en marcha nuestros socios locales.
Hablaba Francisco de necesidades como la actuación eficaz en aras de la paz y el desarme, de la ilícita sustracción de tierras cultivables a la población, de la especulación de los recursos alimentarios, del necesario cambio en los estilos de vida, de los efectos del cambio climático, del drama de las migraciones o de las ayudas en las emergencias. En todos estos campos, y en otros muchos, desarrolla Manos Unidas sus acciones de cooperación internacional.
Y terminaba el Papa su discurso en la FAO con un llamamiento final a las instituciones de la Iglesia Católica, como es Manos Unidas, para “recordar, a cuantos tienen responsabilidad nacional o internacional, el gran deber de afrontar las necesidades de los más pobres (…) teniendo directo y concreto conocimiento de las situaciones que se deben afrontar o de las necesidades a satisfacer”. Un reto por el que apostó nuestra Organización hace casi 60 años y que, como demostró ayer Francisco, sigue más vigente que nunca.