Día Internacional del Migrante.
Hoy 18 de diciembre se conmemora el Día Internacional del Migrante para dar visibilidad a los 272 millones de personas migrantes que existen en el mundo, según datos de Naciones Unidas.
Por tierra, mar o aire, los caminos para alcanzar el sueño de una vida mejor son tan infinitos como el propio mundo. Y las personas que los transitan se cuentan por millones. Muchas de ellas viven en situación de gran vulnerabilidad. A día de hoy, existen más de 272 millones de motivos por los que dejar atrás toda una vida, tantos como las personas que abandonan sus países o sus hogares en busca de una opción mejor o más segura.
El abandono de los hogares no es sencillo, pero los conflictos internos, los desastres naturales y las enfermedades, entre otras circunstancias, contribuyen a contemplar la migración como única salida y medio para garantizar la seguridad y el bienestar de millones de personas, familias, incluso comunidades enteras. Las cifras incluyen a personas que escogen voluntariamente migrar, pero también a aquellas que tienen que hacerlo por necesidad. Esos hombres y esas mujeres son el rostro humano de la migración que huye de la violencia y de la pobreza y que se enfrenta a los problemas que conlleva el desplazamiento.
Las cifras aumentan cada año
Los datos de la OIM (Organización Internacional para las Migraciones) muestran no sólo el número de migrantes, una cifra que alcanza los niveles más altos registrados, sino también el lado dramático de este fenómeno que en 2018 hizo que cerca de 3.400 migrantes y refugiados perdieran la vida.
Las principales causas de las muertes son las arriesgadas condiciones naturales y de transporte que estas personas deben enfrentar en su ruta migratoria, como son la deshidratación, el agotamiento o diversas enfermedades.
Un ejemplo de las muchas realidades a las que hacen frente los migrantes lo encontramos en el puente de Belice, situado en la ciudad de Guatemala. Un asentamiento que se ha convertido, tras el terremoto de 1976 y el paso devastador de la guerra en el país (que duró 36 años), en un espacio de refugio en busca de oportunidades. Una opción que lejos de beneficiar con las ventajas que la urbe proporciona, estrechó sobremanera la posibilidad de que los más vulnerables salieran adelante. Ellos son los que en la mayoría de los casos sufren las peores consecuencias cuando sobrevienen momentos complicados.
«La madrugada del 4 de febrero de 1976 marcó un antes y un después en el llamado país de la eterna primavera», con estas palabras comienza su relato el Padre Jesús, a simple vista un hombre corriente, pero su testigo de vida lo convierte en alguien imprescindible para su Parroquia. «Ese día, un fatal terremoto de 7,8 grados sacudió las entrañas de Guatemala, sepultando a más de 25.000 personas, destruyendo viviendas, edificios públicos, rutas y cambiando el cauce de algún río», añade.
El terremoto de 1976 desnudó a Guatemala ante el mundo. «Sacó literalmente de la cama a los pocos pobres que lograron sobrevivir a tamaño susto, y se tragó a los más indefensos. El terremoto fue el mejor termómetro de la realidad socioeconómica de Guatemala». Una realidad a la que seguían las consecuentes migraciones y desplazamientos internos, tal como señala el Padre Jesús.
«El terremoto fue el mejor termómetro de la realidad socioeconómica de Guatemala». Una realidad a la que seguían las consecuentes migraciones y desplazamientos internos, tal como señala el Padre Jesús.
A raíz del terremoto comenzaron a poblarse los barrancos de las ciudades y empezaron a aparecer chabolas de lata o cartón, con suelo de tierra, sin luz ni agua. «En un aluvión empezaron a llegar huyendo del caos, la rapiña y la violencia, protegiendo a los pequeños y pasando hambre todos. Llegaban ilusionados ante el espejismo provocado por las luces de la ciudad, sin tener plena conciencia de las penalidades que les esperaban al llegar a un medio hostil», recuerda el misionero.
La situación se ve agravada en un país golpeado por una guerra que dura 36 años, un país donde hay, todavía, un déficit habitacional de más de un millón y medio de viviendas. «En cierto sentido, los asentamientos se convirtieron en un verdadero refugio para muchos, libres de chismes e intrigas, al llegar a un medio donde eran desconocidos», asegura el padre Jesús.
Esta realidad todavía recae sobre muchos de ellos. El padre Jesús asegura que es necesario un grado de conciencia social muy alto, para que quienes viven cerca se atrevan a bajar a visitarles. «Nada tiene de extraño que quienes viven en dichos asentamientos se hayan sentido obligados a protegerse cuando la sociedad les provoca.»
Con las deficiencias descritas, aparecían otro tipo de carencias en el campo educativo y laboral. «No existían lugares de esparcimiento y sobre su rostro pesaba la exclusión y la estigmatización social. Habían entrado a formar parte del círculo de los desechables, como dice el Papa Francisco.», apunta el Padre Jesús y a modo clarificador comparte la realidad que actualmente caracteriza a los asentamientos de la Parroquia:
Desempleo, carencia de vivienda digna, hacinamiento, situación de riesgo permanente, inseguridad, abandono escolar, drogadicción, desintegración familiar, maltrato infantil, falta de educación sexual, embarazos prematuros, falta de higiene, insalubridad, baja autoestima y situación de miseria.
Frente a esta situación el Padre Jesús recuerda orgulloso que «las primeras personas de la Parroquia en realizar un acercamiento a los asentamientos fueron laicas y laicos bien formados». Y se despide agradecido por ver en marcha toda una serie de proyectos que apuntan a una sostenibilidad que ayuda a la comunidad a desarrollar sus capacidades y a proporcionar medios de vida con los que sacar a la familia adelante.