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Y es que el panorama ante la pandemia que vivimos, es poco alentador, tanto en España como a nivel mundial: muchas familias que están quedando en el paro, los sistemas sanitarios desbordados, ni siquiera es posible consolar a los seres queridos que han perdido un familiar, ancianos y enfermos aislados y así podemos sacar una lista innumerable, real y muy cercana, sin embargo, podemos hacer una lectura esperanzadora, en medio de la noche, porque tenemos la certeza de que el día, antes o después, llegará.
Ahora nos sentimos débiles y vulnerables y eso nos desconcierta. Pero pasados los días primeros, comenzamos a sentirnos hermanados con todos. El confinamiento de estos días, junto con la reflexión y oración, ha empezado a cambiar nuestras vidas y nuestra percepción del mundo. Más que nunca somos conscientes de que compartimos como familia humana una Casa Común: un hogar del que todas las personas somos responsables y partícipes y en el que también convivimos con otras formas de vida; también con las microscópicas.
Y hoy más que nunca somos conscientes de que hay cosas que no se pueden someter a la lógica del mercado: una sanidad universal, la protección de los más débiles, el cuidado de las personas más vulnerables, la preservación del medio ambiente.
Ante nuestros hospitales saturados, podemos experimentar vagamente lo que en otros países se vive a diario: morir de enfermedades por no tener médicos, medicinas o condiciones higiénicas suficientes.
Cuando hemos temido no encontrar alimento en los supermercados, hemos podido intuir la situación de otras personas que diariamente no tienen el alimento necesario. No queremos que nuestra propia experiencia del COVID-19 nos impida mirar y trabajar contra los estragos que la pandemia ya está causando en los países empobrecidos, que viven en “estado de alarma” casi permanente.
Y no queremos que esta crisis y estado de alarma, nos haga olvidar la Emergencia Climática que vivimos y que haya un retroceso en los tímidos pasos que gobiernos e instituciones nacionales e internacionales estaban dando para proteger el planeta de su deterioro y su efecto en las personas. Un daño causado, casi siempre, por modos injustos e insostenibles de comprender la economía, el bienestar y el crecimiento.
Pero ese “todo está conectado” lo vemos en esos arcoíris dibujados por la infancia con la frase “Todo va a ir bien” y lo sentimos también cada noche cuando aplaudimos solidariamente al personal sanitario, a los cuerpos de seguridad y tantas personas que están poniendo sus dones y talentos al servicio de los demás.
Llegarán un cielo nuevo y una tierra nueva y veremos que es posible despertar y sentirnos familia en nuestra Casa Común. De esta crisis saldremos quizá más débiles económicamente pero más ricos y sabios, habiendo entendido que cuando ponemos en común lo que tenemos, panes y peces se multiplican hasta saciar y que sobre.