La Hermana Mary Killeen, religiosa de las hermanas de la Misericordia, es la directora del Mukuru Promotion Centre. MPC trabaja con los habitantes de los asentamientos informales de Mukuru para permitir su acceso a la atención médica, la educación y la rehabilitación social. Es socio local de Manos Unidas en Kenia.
El pasado 15 de marzo, sin previo aviso, el presidente de Kenia, Uhuru Muigai Kenyatta, ordenó el cierre de colegios, universidades y trabajos no esenciales. Como era domingo no tuvimos ni siquiera tiempo de organizar las comidas de los niños en riesgo.
Todas aquellas personas que no se dedicaban a servicios esenciales recibieron la orden de quedarse en casa. Pero, ¿cómo van a quedarse en casa las personas que viven en los slum, que no tienen ni agua ni saneamiento en casa? Tienen que salir, tienen que ir a utilizar los baños compartidos.
Los slum están ahora mucho más concurridos de lo habitual, con los estudiantes y los desempleados deambulando por los callejones. De hecho, la multitud se está extendiendo a las calles que rodean al slum, que se ven casi desbordadas. Si alguien viera esas calles ahora no podría creerse que haya ningún tipo de confinamiento.
Los habitantes de los slum se enfrentan ahora a un gran problema: el hambre. La mayoría de ellos son trabajadores ocasionales que reciben su paga diaria o semanalmente y que se dedican a trabajos informales como el servicio doméstico y el lavado de ropa. Son conductores, guías turísticos informales, repartidores, trabajan en hoteles y restaurantes. Y el 16 de marzo, inesperadamente, se les dijo que ya no había trabajo, que se fueran a sus casas. Y se quedaron sin ingresos en un país en el que no hay ningún tipo de ayuda social ni para el desempleo.
Y, entonces, cuando habían pasado solo unos días, llegó el hambre.
Como pudimos percibir que también en la clínica había aumentado la malnutrición entre los niños, sister Kathy pidió ayuda para poder entregar packs de comida nutritiva para las familias de estos pequeños. Los paquetes, además, contienen jabón y papel higiénico. Y la respuesta fue muy buena. Mucha gente acudió en nuestra ayuda. Hubo un hombre que nos mandó 900 kits de comida, suficientes para alimentar a una familia de cuatro miembros durante dos semanas.
El gran problema que ha traído la crisis del coronavirus para estas personas es no saber cómo van a poder ganarse la vida. Muchos jóvenes, por desgracia, se han unido a pandillas violentas que se dedican a robar en las viviendas y en las casas. La policía actúa duro contra ellos. Nosotras hemos sido testigos de alguno de estos enfrentamientos. ¡Es todo tan triste!
La otra noche escuché que a las familias vulnerables les van a dar algo de ayuda. Parece ser que estas cantidades irán directamente a las familias más pobres. De hecho, ya ha habido algunos intentos para dar unos 2.000 Kenian shillings (unos 20 euros) al mes a las personas con discapacidad y a los mayores de 70 años. Y, aunque los padres de los niños con discapacidad de nuestro centro se registraron para recibir la ayuda, no les ha llegado nada: los intermediarios y los funcionarios se han quedado con el dinero. Ahora hay nuevas leyes para esto y tendremos que cumplir con ello. En Kibera ya ha habido muchos enfrentamientos.
Antes de que cerrara la escuela, desparasitamos a todos nuestros alumnos. Dicen que la pastilla para desparasitar mata el virus, aunque en realidad, no sabemos si será efectiva. Por lo menos, es de muy baja toxicidad, no como las pastillas contra la malaria que se están usando en Uganda, que tienen efectos secundarios muy serios.
Nosotras estamos a la espera de que se monte un centro de atención a enfermos de Covid-19 en uno de nuestros colegios, si el contagio por coronavirus se incrementa en el slum. Porque, desde luego, para los que no puedan permitirse pagarlo no va a haber hospitalización. Intentaremos tratarlos lo mejor que podamos, sobre todo con consejos médicos.
De las 500 camas de UCI que hay en el país, solo quedan 70 disponibles. Parece ser que los más ricos se han comprado sus propios ventiladores, mientras, a la gente más pobre solo la admiten en los hospitales públicos, si pagan o alguien puede pagar por ellos.
Y estos hospitales están muy pobremente equipados y, desde luego, no están preparados para hacer frente a algo así. Hemos sabido que, hace poco, a una señora de clase media la echaron de la UCI en un hospital de la costa porque no podía seguir pagando. La mandaron de nuevo a la sala y murió.
Si el virus llega a los slum siguiendo los patrones de Estados Unidos y Europa, será devastador. Nos sorprende que no haya habido ya una explosión de casos. De hecho, gran parte de las personas contagiadas son los que han venido de China, Italia, España o los que trabajan en puertos y aeropuertos y la mayoría son de clase media, media alta o ricos. Algunos han muerto en hospitales privados, algunos muy bien dotados, pero que están al alcance de muy pocos.
Mientras tanto, nuestros estudiantes están haciendo mascarillas y ojalá puedan ponerse a confeccionar ropas protectoras. Sería genial que algún grupo empresarial se diera cuenta de lo que estas personas podrían hacer para ganar dinero. Yo les digo a los jóvenes que piensen en ello.
De cualquier manera, la gente del slum no parece muy preocupada por el coronavirus, a ellos lo que de verdad les importa es saber si podrán comer hoy.