Ingeniera agrónoma de profesión, Pamela es directora general de CIPCA desde 2016 y ha trabajado en desarrollo rural con diversas instituciones públicas y privadas en Bolivia y México.
El Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA) lleva a cabo distintos proyectos en zonas rurales de Bolivia para promover la resiliencia de las comunidades indígenas ante el modelo económico agroindustrial y el cambio climático. Hablamos con Pamela Cartagena, directora general de la organización, para conocer, entre otras cosas, qué alternativas existen a los monocultivos o qué esfuerzos se llevan a cabo para el empoderamiento de las mujeres.
Trabajamos en El Chaco, en los valles y también en la zona de Santa Cruz, donde el modelo agroindustrial está arrasando con el bosque, con territorios indígenas... Lo que hacemos es generar opciones de producción un poco más sostenibles y asentadas en la diversificación productiva. Estas garantizan que la gente viva de varias opciones productivas.
Para el cambio climático estamos haciendo adaptación de los sistemas como producción bajo riego, manejo de suelo, selección de semillas... Además de impartir formación que permitirá que tanto hombres como mujeres puedan hacerse cargo de la producción. Fomentamos esta producción diversificada porque solo así se puede minimizar el riesgo para garantizar la seguridad alimentaria. Con el monocultivo puede perderse la cosecha de todo un año si la climatología es adversa.
Por otra parte, trabajamos no solo las técnicas para la producción agrícola, pecuaria, apicultura, forestal… sino también la formación de hombres y mujeres como líderes para hacer incidencia sobre sus gobiernos locales para promocionar sus modelos productivos de pequeña escala. Sirve para generar presupuestos sensibles al género en zonas donde hay muy alta migración. También sirve para fomentar el desayuno escolar.
Quedan aún más invisibilizadas las mujeres porque en las listas de beneficiarios va a estar el jefe del hogar (que es el varón) aunque este haya emigrado y ya no esté a cargo del hogar.
Yo creo que la desigualdad es un flagelo para América Latina, donde están los países de mayor desigualdad del mundo y entre ellos se encuentra Bolivia. La desigualdad se puede dar en el ingreso per cápita o comparando los ingresos de los países del Norte y del Sur. Por ejemplo, si comparamos las pequeñas comunidades campesinas e indígenas de América Latina con las comunidades del Norte. La desigualdad es visible en el acceso a la tierra, por ejemplo.
Si bien el derecho a la tierra no distingue entre hombres y mujeres, la cultura patriarcal que caracteriza a las poblaciones campesinas e indígenas hace que esté siempre reconocido para el varón y no para las mujeres. En propiedades colectivas las mujeres quedan aún más invisibilizadas, porque en las listas de beneficiarios va a estar el jefe del hogar (que es el varón) aunque este haya emigrado y ya no esté a cargo del hogar.
Respecto a los roles de la casa o el cuidado reproductivo, la mujer dedica un tercio de su tiempo al día. Si ese tiempo lo monetizáramos debería aumentar el ingreso familiar. Si sumamos también el trabajo del cuidado, las mujeres estarían aportando, seguramente, entre el 60% y el 70% del tiempo de trabajo en el hogar. Sin embargo, ¿cuál es la realidad? Las mujeres todavía no reconocen su aporte productivo como un trabajo sino como un apoyo a sus parejas. Incluso en los datos nacionales, en el censo… todavía la pregunta de rigor es quién cultiva. La mujer se inscribe como “yo apoyo a mi esposo” y no se reconoce. Esa es otra parte de la desigualdad.
El avasallamiento a territorios indígenas es constante. Se ha acrecentado en los últimos 15 años y parece que está muy relacionado al modelo de desarrollo que impera en América Latina y que se basa en el agronegocio.
Si bien las mujeres han incrementado su participación en espacios públicos, espacios de poder… (en Bolivia hay mujeres concejalas, alcaldesas y asambleístas) hay muchos casos en los que esta puede ser protocolaria solamente por cumplir los porcentajes que la ley impone.
En casos en los que la mujer quiere hacer un ejercicio pleno de su derecho político para participar puede sufrir acoso y violencia. Sin embargo, estamos avanzando a través de proyectos como el que tenemos con Manos Unidas al formar a líderes y difundir sobre derechos para mujeres. Estas son las que más desigualdad experimentan en contextos rurales. Esto les permite visibilizar sus derechos y luchar porque haya una igualdad gracias a su propio esfuerzo y no porque otros lo proporcionen.
El avasallamiento a territorios indígenas o comunidades que están habitadas por pueblos indígenas es constante. Se ha acrecentado en los últimos 15 años. Parece que está muy relacionado con el modelo de desarrollo que impera en América: el agronegocio. El discurso generalizado es que las áreas de los indígenas donde se expande el monocultivo son improducivas. Son territorios como bosques que en teoría no dan nada en términos tangibles. Sin embargo, realmente, su aporte es considerable en términos ambientales por la captura de carbono, conservación de flora y fauna… Se trata de un aporte que guardan estos territorios de elevada biodiversidad, sobre todo en especies vegetales que alimentan al planeta.
Tienen un conjunto de productos y semillas todavía no estudiadas que son un potencial de alimentos para el planeta. Entonces, tenemos que cambiar esa mirada tradicional que ve como improductivos los territorios habitados por las comunidades indígenas e, incluso, las áreas protegidas. Debemos empezar a valorar estos otros beneficios que aportan. No solo conservan la biodiversidad, sino también las tradiciones y culturas de estos pueblos que no están difundidas, sobre todo en términos de medicina tradicional.
«Es importante conocer la situación de los más vulnerables y no ser indiferentes porque la indiferencia nos hace cómplices».