Una mirada a nuestro trabajo en Ecuador junto a la Cooperación Española.
La brecha entre el campo y la ciudad y entre mujeres y hombres crece en Ecuador. La incidencia de la pobreza es amplísima y las familias campesinas, productoras del 70 % de los alimentos que se consumen en el país, no tienen garantizadas condiciones de vida dignas ni ingresos suficientes.
Las familias que cultivan y comercializan alimentos como principal medio de vida son relegadas en Ecuador a abastecer de materia prima y mano de obra barata a los mercados urbanos. Esta situación se da en una sociedad patriarcal en la que las mujeres asumen la mayor parte de las tareas productivas y casi la totalidad de las responsabilidades domésticas y de cuidado, que no son valoradas ni remuneradas.
La producción campesina tampoco es apreciada en los mercados ni es una prioridad en las políticas públicas, más inclinadas a favorecer intereses económicos de grandes agroindustrias que a criterios de solidaridad y justicia. Asimismo, la lógica mercantil imperante en las ciudades ha expandido un modo de vida caracterizado por hábitos de consumo cada vez más insostenibles.
En este contexto, ¿qué podemos hacer para garantizar condiciones de vida digna para las mayorías sociales?
Es necesario ponernos de acuerdo para construir a un modelo alternativo de vida y un desarrollo local sostenible y fundamentado en relaciones justas.
Con ese objetivo trabajan desde 2019 Fundación Maquita y Manos Unidas, con el apoyo de la AECID, proponiendo alternativas innovadoras a mujeres campesinas afrodescendientes y montubias de la costa e indígenas de la sierra ecuatoriana.
Las mujeres y sus familias han mejorado sus fincas donde cultivan alimentos saludables, cuidando y respetando los ciclos naturales y reduciendo el uso de agroquímicos. Juntas y organizadas han impulsado emprendimientos para elaborar productos derivados de sus cultivos, como quesos, chocolates o mermeladas de frutas.
Con nuestro consumo responsable podemos cuidar el medio ambiente e incidir en las condiciones de vida de las familias campesinas. En ferias locales organizadas en distintos lugares del país, las familias pueden intercambiar, promocionar y comercializar productos agroecológicos y de comercio justo.
A la vez, han mejorado su posición en la familia y en la sociedad y su capacidad para exigir derechos históricamente vulnerados. Juana Benítez, de Calpi, lo tiene claro: «Las mujeres hacemos política dentro y fuera de la casa, en el campo y en la ciudad; es necesario estar en los espacios de poder que por años nos han excluido».
Una estrategia para favorecer la igualdad de género son los talleres formativos para que mujeres y hombres conozcan y apliquen sus derechos. Abel Apugllón, uno de los participantes, resume así su experiencia: «Por mucho tiempo nos enseñaron a no sentir, a no llorar, a ser duros, a creer que todo lo podemos poseer y no importaba si era a la fuerza. Qué dolor tan grande le hicimos a la humanidad. Aún podemos sanar esas heridas y recordar nuestra verdadera naturaleza. La masculinidad no es poder; la masculinidad es protección, amor, respeto, solidaridad. Hoy comprendemos que somos iguales en derechos».
Las mujeres participantes se han formado para hablar en público, compartir conocimientos y han elaborado, junto a instituciones públicas locales, políticas de igualdad y de economía solidaria orientadas a la sostenibilidad de la vida rural y el cuidado del planeta.
Es un camino largo y lleno de dificultades, pero lograr una sociedad verdaderamente justa en la que mujeres y hombres, en las ciudades y en el campo, obtengan iguales beneficios y disfruten de iguales derechos, bien merece el esfuerzo.
Texto de Estíbaliz Taboas y Miguel Carballo. Departamento de Cofinanciación.
Este artículo fue publicado originalmente en la Revista de Manos Unidas nº 219.
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