Monseñor Jesús Ruiz Molina, burgalés de nacimiento, ha vivido la mitad de su vida en África: primero en Chad y, desde hace quince años, en la República Centroafricana, donde hoy desarrolla su misión.
Tras ser nombrado obispo auxiliar de la diócesis de Bangassou en 2017, Ruiz Molina es desde hace dos años obispo de Mbaiki, al suroeste de Bangui, la capital del país. En este lugar desempeña su labor con un objetivo: «reconstruir el corazón de la gente» en un país herido por la guerra.
Bangassou es una zona muy extensa pero poco poblada que está todavía en manos de grupos armados muy violentos. Mbaiki es una zona prácticamente de selva, en la cuenca del Congo, y tiene un 7 % de población pigmea, que es con la que trabajamos. Tal vez sea esta una de las grandes diferencias.
Todo el país está sumido en una violencia armada que dura ya más de diez años. Mi zona todavía está tranquila, mientras que en Bangassou hay parroquias que están en manos de la guerrilla. Como Conferencia Episcopal y como Iglesia estamos intentando crear una cultura de la paz para cambiar la situación.
En el país, muchas de las escuelas llevan cerradas nueve o diez años. Hay chavales que nunca han ido al colegio. En este sentido, la Iglesia católica está haciendo un gran trabajo, hemos hecho mucho hincapié en la educación y la cultura… Es una pequeña gota de agua en el mar –yo creo que no alcanzaremos ni al siete por ciento de la población infantil–, pero es una manera de dar esperanza a este pueblo con las escuelas católicas.
En la diócesis tenemos dos institutos: el de los profesores de las guarderías, en el que cada dos años formamos 20 docentes; y un proyecto precioso que es la escuela de magisterio para que los jóvenes que no tienen acceso a la universidad puedan formarse en educación.
«No podemos alcanzar una independencia social cuando no hay una independencia económica».
En África, en las escuelas católicas suele haber un 50 o 60 % de chicas, pero solo un tercio acaba primaria. En secundaria hay un 20 %, pero no acaba ni el 3 %. El motivo es que se las requiere pronto para las labores domésticas y porque se quedan embarazadas a los 15 o 16 años. Con esta idea hemos creado el internado de Santa Mónica donde este año tenemos 134 chicas, pero queremos acoger 200, para que en unos años podamos tener 300 chicas formadas en la zona. Con el internado se evita que se vayan a la calle y se queden embarazadas. Es un proyecto que nos está entusiasmando y que vemos que va a ser capaz de transformar la realidad.
Centroáfrica es uno de los países más ricos de África. Tenemos diamantes, uranio, oro, bosques, ríos inmensos… y, sin embargo, seguimos siendo el segundo país más pobre del mundo. Nos hemos convertido en ese campo al que vienen todos los países extranjeros a aprovecharse.
Después de la guerra civil, teníamos 14 grupos armados, pero la llegada del Ejército ruso, de los mercenarios que están luchando en Siria y en Ucrania, echó a estos grupos que están de salteadores de caminos en los bosques. Nuestro Gobierno es títere de Rusia. Antes lo era de Francia.
El problema de estos países es que no podemos alcanzar una independencia social cuando no hay una independencia económica. Y dependemos de la ayuda mundial. El futuro es muy oscuro. Por eso en la Iglesia intentamos generar pequeños gérmenes de esperanza, a través de la educación, de la sanidad, de la juventud, de una cierta crítica…
No hay mucho futuro para los jóvenes porque no hay industria, no hay universidad… es frustrante. Es por esto que hemos abierto la escuela de magisterio y el cardenal en Bangui ha abierto la escuela de enfermeras… Pequeñas luces en medio de tanta oscuridad. Pero trabajamos con la esperanza de que el Señor está en medio de nosotros. Es muy dramático ver el sufrimiento del pueblo, pero creemos que la vida es más fuerte que la muerte y ahí está nuestra batalla, nuestra lucha cotidiana y la esperanza de este pueblo.
«Me gustaría que todos los refugiados fueran acogidos como los refugiados ucranianos».
Centroáfrica es un país totalmente olvidado, sobre todo aquí en España. El mensaje que transmitiría es que es posible hacer otro mundo diferente si cada uno de nosotros arrimamos el hombro, con pequeñas acciones de desarrollo. Y lo que digo siempre es que lo importante es amar a la gente tal como es, no como nos gustaría que fuera.
Con gran tristeza sigo los acontecimientos de la valla de Melilla, una cosa inhumana… Y me gustaría que todos los refugiados fueran acogidos como los refugiados ucranianos. Que a nuestros hermanos negros se les acoja como personas que buscan una vida más digna. Creo que la mirada que tengamos hacia «el otro», hacia el africano, puede ayudarle.
Este pueblo nos lo ha dado todo. Nos han abierto las puertas de par en par. Y debemos cambiar la mirada acerca de estos africanos que llegan huyendo de una «no vida» buscando un poco de vida, y decir: ese hombre o esa mujer es una persona que, con mi amor y mi cariño, puede seguir adelante.
Entrevista de Marta Carreño Guerra. Departamento de Comunicación.
Este artículo fue publicado en la Revista de Manos Unidas nº 220.