La tuberculosis sigue siendo una de las enfermedades infecciosas más letales.
Hoy, 24 de marzo, tiene lugar el Día Mundial de la Tuberculosis, una jornada instituida por Naciones Unidas para sensibilizar a la opinión pública «sobre las devastadoras consecuencias sanitarias, sociales y económicas de la tuberculosis y para redoblar los esfuerzos para acabar con la epidemia mundial de esta enfermedad».
Se estima que en 2020 enfermaron de tuberculosis 9,9 millones de personas en todo el mundo: 5,5 millones de hombres, 3,3 millones de mujeres y 1,1 millones de niños. Cada año, 1,5 millones pierden la vida por este motivo, porque la tuberculosis sigue siendo una de las enfermedades infecciosas más letales, a pesar de que es prevenible y curable. Y, como no podía ser de otra manera, la inmensa mayoría de las muertes (el 95%), se producen en países en desarrollo.
La COVID-19 y la desigualdad de acceso a los servicios de salud han provocado que, por primera vez en una década, la incidencia de la enfermedad y la mortalidad que causa hayan aumentado. Los conflictos armados que se están dando en Europa, África y Oriente Medio también contribuyen al incremento de casos en estos países.
Además de las consecuencias sanitarias, la tuberculosis supone también un grave problema económico y social para las personas que la padecen, que son mayoritariamente adultos en edad productiva. En todo el mundo, cerca de uno de cada dos hogares afectados por la tuberculosis se enfrenta a gastos derivados de la enfermedad superiores al 20% de la renta del hogar.
La inversión en la prevención, el diagnóstico y la atención de la tuberculosis en los países de ingresos bajos y medianos, en los que se producen el 98% de los casos de tuberculosis notificados, están muy por debajo de lo necesario.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), «la combinación de la infección por el VIH con la tuberculosis es letal, ya que una acelera la evolución de la otra». En 2020 fallecieron unas 214.000 personas por tuberculosis asociada al VIH.
En Mozambique donde, según fuentes de la presidencia, en 2020 había 2,2 millones de personas que vivían con VIH/sida, la pandemia de COVID-19 ha incrementado también la prevalencia de la tuberculosis. Así lo confirma la hermana María Elisa Verdú, médico y directora del Hospital del Carmelo, que se localiza en la ciudad de Chokwe, en la provincia sureña de Gaza. «Desgraciadamente, afirmaba el pasado mes de octubre, la tuberculosis ha aumentado mucho con la COVID-19, y se presenta de manera mucho más grave que antes de la pandemia».
Por el hospital del Carmelo pasan una media de 10.000 enfermos cada año. Allí reciben tratamiento y una atención médica que la mayoría de ellos no podrían recibir por falta de recursos. «Nosotros trabajamos para garantizar a los más pobres el nivel de calidad de tratamiento al que tienen derecho. Y tratamos a los enfermos según sus patologías», asegura la religiosa alcoyana.
El centro clínico, que desde hace años recibe apoyo de Manos Unidas, dispone de 135 camas de internamiento y consultas externas para 9.800 enfermos de sida, 1.900 de tuberculosis y 2.000 con patologías crónicas como hipertensión o la diabetes.
En el año 2022, Manos Unidas apoyó 82 proyectos de carácter sanitario con los que pretende prevenir las enfermedades a través de la creación, el equipamiento y la mejora de infraestructuras sanitarias, la promoción de campañas de vacunación y de medicina preventiva… El tratamiento y prevención de la tuberculosis es uno de sus objetivos.
La meta 3.3 de los ODS incluye «poner fin a la epidemia de tuberculosis para 2030». Las metas para 2030 son una reducción del 90% en el número de muertes por tuberculosis y una reducción del 80% en la tasa de incidencia de la misma (nuevos casos por cada 100.000 habitantes por año) en comparación con los niveles de 2015.