Palabras de Berhaneyesus Demerew Souraphiel, arzobispo de Adís Abeba.
«La educación es clave para combatir muchos de los problemas sociopolíticos y económicos a los que se enfrenta Etiopía». Así lo ha afirmado el cardenal Berhaneyesus Souraphiel, presidente de la Conferencia Episcopal etíope, en un encuentro que ha tenido lugar esta mañana en la sede de los Servicios Centrales de Manos Unidas.
El encuentro ha contado, también, con la participación de los obispos de la diócesis de Bahir Dar-Dessie y de los vicariatos apostólicos de Hossana y Jimma Bonga que, con sus intervenciones, han ofrecido un panorama muy completo de la compleja realidad que atraviesa Etiopía en los últimos años.
El cardenal Berhaneyesus ha hecho mención a los diferentes conflictos que en los últimos tiempos empañan la convivencia en el país del Cuerno de África y que han causado miles de muertos, grandes desplazamientos y el empobrecimiento de una población que se enfrenta a desafíos atribuidos tanto a crisis naturales como a las provocadas por el ser humano.
En un país con un gran potencial como Etiopía que, a pesar de los avances, sigue considerándose una de las naciones menos desarrolladas del mundo –ocupa el puesto 175 de 191 países, según el último Índice de Desarrollo Humano–, Berhaneyesus ve «importante» silenciar las armas, «porque solo con la paz y el perdón, las sociedades y el pueblo podrán alcanzar el desarrollo», ha asegurado.
El conflicto y los problemas económicos han llevado a muchos etíopes –mayoritariamente jóvenes provenientes de las zonas rurales y de otras regiones– a instalarse en Adís Abeba, con el consiguiente incremento de la pobreza en la capital del país. Muchas de estas personas llegan a la gran ciudad sin ningún tipo de formación y se encuentran con una pobreza «mucho peor, porque en el campo la gente todavía se ayuda unos a otros, mientras que en la ciudad se enfrentan a una gran soledad y al desempleo», ha explicado el presidente de la Conferencia Episcopal etíope. Y esto lleva a grandes migraciones de la población joven a países de Oriente Medio como Arabia Saudí o Libia.
La educación es, según el jefe de la Iglesia católica en Etiopía, la única manera de cambiar estas circunstancias, por ello la institución, a pesar de tener una implantación de solo un 2 % en el país, además de diversos centros de formación profesional, cuenta con 430 centros de educación formal, que abarcan desde la educación infantil hasta la universidad. Porque el objetivo primero es «educar a los niños y niñas de Etiopía como miembros de una sola sociedad, intentando prevenir las diferencias étnicas y regionales que luego llevan al conflicto», ha declarado Berhaneyesus. Y para ello, «es muy importante el trabajo en favor del desarrollo como el que lleva a cabo Manos Unidas».
Los conflictos étnicos son también el principal problema al que se enfrentan en la diócesis de Bahir Dar–Dessie, que abarca 14 zonas administrativas, que van del este al oeste del país, y que tiene frontera con la región septentrional del Tigray, con la región de la Oromía y con países como Sudán, Eritrea o Yibuti.
«Desde 2018 en nuestra región vivimos un conflicto, una especie de guerra, que enfrenta a cinco grupos étnicos que, más allá de los costes en vidas, ha causado graves daños a las propiedades de la población de la etnia gumuz», ha explicado el obispo Lesane-Christos Matheos.
La región también se ha visto gravemente afectada por la guerra que, durante dos años, enfrentó al gobierno federal con el Frente Popular para la Liberación de Tigray (TPLF).
No se conoce mucho de lo que la guerra ha ocasionado al otro lado de la frontera, en el Tigray, pero en mi diócesis –tanto en la región de Amhara como en Afar– se han destruido unas 200 o 300 escuelas. Además de centros médicos, clínicas y hospitales. Se ha destruido todo», ha lamentado.
Pero, para el religioso, lo peor ha sido el daño que la guerra ha causado en la memoria de la gente. «Las personas deben recuperar la esperanza en la convivencia pacífica», ha explicado el obispo de Bahir-Dar. «Y para ello, debe llegar primero la paz política y, después, llega el momento de reconstruir el tejido social», ha añadido.
A pesar de que en la diócesis de Bahir-Dar solo un 1 % de la población es católica, el trabajo de la Iglesia es enorme. En los últimos tiempos, la situación en el país ha llevado a que la mayoría de las familias no tengan dinero ni siquiera para pagar la matrícula escolar. «Antes nos hacíamos cargo de las matrículas de los alumnos con menos recursos, pero ahora nos vemos en grandes dificultades para atender a todas las familias», ha informado Lesane-Christos Matheos, antes de explicar que el principal objetivo de la Iglesia es que la gente «experimente la paz», aunque saben que eso llevará un tiempo.
La alta tasa de desempleo a la que se refirió anteriormente el cardenal Berhaneyesus Souraphiel afecta muy especialmente a los jóvenes en la diócesis de Jimma Bonga, donde el principal problema es la educación. «Muchos de nuestros jóvenes son analfabetos o casi analfabetos por lo que se encuentran sin oportunidades para trabajar o ganarse la vida», ha explicado el obispo Markos Ghebremedhin, presente también en el encuentro organizado por Manos Unidas. Este es uno de los principales motivos de las migraciones a las ciudades o a otros países.
Las chicas vuelven muchas veces embarazadas y sufren el rechazo de sus familias, lo que las lleva a emigrar de nuevo, sobre todo a Oriente Medio, para trabajar en el servicio doméstico o para dedicarse a la prostitución, ha expuesto Ghebremedhin.
Por ello, el gran objetivo de la Iglesia en esa diócesis es prevenir la migración y dotar de un futuro de esperanza a los jóvenes.
Un objetivo presente también en el Plan Estratégico para los próximos diez años, diseñado por la Iglesia católica en Etiopía y al que ha hecho mención Seyoum Fransua, obispo de Hossana, una de las zonas más pobladas de Etiopía, donde la falta de empleo y de oportunidades lleva a muchos jóvenes a emigrar a Sudáfrica o, en el caso de las mujeres, a Oriente Medio, «donde terminan trabajando como esclavas», ha denunciado.
El problema es que estos jóvenes, para emigrar, venden todas sus posesiones y piden préstamos y cuando vuelven –los que no se quedan por el camino o son víctimas de los traficantes de personas– se encuentran con el rechazo, incluso por parte de sus familias.
Y ahí es donde entra en juego la educación. «Necesitamos crear un buen sistema de educación para que los jóvenes puedan formarse y emprender pequeños negocios que le permitan ganarse la vida».
Y, para ello, también hay que trabajar en la construcción de la paz. «Tenemos que ver a las personas como personas necesitadas, no como miembros de una u otra etnia, región o religión», ha explicado el obispo de Hosanna.
En Etiopía la guerra lo único que ha conseguido ha sido exacerbar el problema de la pobreza.
Y eso, sumado a las sequías prolongadas o a las graves inundaciones, lleva a que ahora mismo en Etiopía haya más de ocho millones de personas necesitadas de ayuda de emergencia. Una ayuda fundamental, también para atender al millón de personas que, provenientes de países como Somalia, Eritrea, Sudán del Sur o Siria han buscado refugio en Etiopía.
Etiopía siempre ha sido un país de acogida que, solo si es capaz de acabar con sus problemas internos, «se convertirá en una de las grandes esperanzas de África», ha declarado el cardenal Berhaneyesus, obispo de Adís Abeba.
Manos Unidas lleva más de 35 años trabajando en Etiopía. Solo en los últimos cinco años (2018-2022), ha apoyado en el país 58 proyectos de desarrollo y emergencia por casi 3,1 millones de euros. La mayor parte de estos fondos se han canalizado a través de la Iglesia católica.