La discapacidad en África se considera un castigo divino.
Texto de Macarena Aguirre. Departamento de África.
En nuestros viajes para visitar los proyectos de Manos Unidas en el sur de África, hemos comprobado cómo las personas con discapacidad arrastran un estigma. Sus vidas carecen de valor y son rechazadas por la sociedad.
Si las personas con discapacidad ya de por sí son vulnerables, en África, la situación alcanza límites inimaginables. La suma de discapacidad más pobreza da como resultado un grado de vulnerabilidad difícil de sobrellevar. Las creencias tradicionales y la falta de conocimientos, inherente a sociedades con altos niveles de pobreza, hacen que tener un hijo con discapacidad se considere un castigo divino debido a algo que han hecho los padres o la consecuencia de algún tipo de hechizo.
Hemos visto como las familias con un hijo con discapacidad lo ocultan, lo tratan como un animal o incluso lo abandonan a su suerte en las afueras de la aldea.
Desde Manos Unidas, viendo esta terrible situación, hemos colaborado con nuestros socios locales, apoyándoles en su labor de identificación de niños nacidos con discapacidad y en sus esfuerzos por ayudarles a recuperar su dignidad. Hemos impulsado este tipo de proyectos en varios países entre los que se encuentra Madagascar.
La ciudad de Tsiroanomandidy, situada al oeste de la capital, Antananarivo, en la región de Bongolava, tiene una población pobre, dedicada a la agricultura y ganadería de subsistencia, con escaso acceso a la educación de calidad y con un grave problema de malnutrición infantil. Es aquí donde el misionero trinitario español, Julián Cadenas, dirige desde 2006 el Hogar Buen Remedio; el único lugar en toda la región en el que se acoge a niños con discapacidades físicas provenientes de familias pobres. Se trata de un recinto formado por un hogar, unas salas de tratamiento y unas aulas de escuela.
Cuando un niño ingresa en el centro, lo primero que recibe son cuidados sanitarios y, si es necesario, es sometido a las intervenciones quirúrgicas que permitan mejorar su problema físico. Una vez superada esta primera etapa, es cuando se les proporciona la rehabilitación y la formación académica. En general, los niños permanecen una media de dos años en el centro y, una vez recuperados, el objetivo es que vuelvan con sus familias y se reintegren en sus comunidades.
Es importante resaltar que la atención que reciben los menores que acuden al centro no solo consiste en tener un lugar donde alojarse y recibir una atención sanitaria y educativa, sino que, además, se sienten queridos, importantes; tienen la oportunidad de ser alguien y dejan de estar ocultos y escondidos en sus casas.
Dado que en 2019 el centro no contaba con infraestructuras suficientes y adecuadas para sus actividades, el padre Julián solicitó a Manos Unidas su colaboración para implementar un proyecto que ha permitido ampliar y equipar las instalaciones de rehabilitación y las aulas de la escuela. Gracias a él, cada año unos cien menores con discapacidad son tratados en condiciones adecuadas y dignas. Esta intervención ha permitido que los niños más vulnerables de la región tengan la esperanza de mejorar sus condiciones físicas, acceder a una educación de calidad y a una vida digna y autónoma. Esto supone un gran paso adelante para poder sobrevivir en una sociedad con grandes barreras tanto físicas como culturales.
El Hogar Buen Remedio representa la esperanza para los niños discapacitados y una oportunidad de salir adelante. Algunos son abandonados en el centro, como Melody, una niña de cinco años que nació sin brazos y a la que dejaron sus padres hace dos años y aún no han vuelto. O Fredy, un niño de once años al que dejaron sus padres para operarlo de raquitismo y después de seis años tampoco han vuelto a buscarlo. Aun así, este centro les ha dado la posibilidad de ir a la escuela y prepararse para afrontar la vida. |