Socio local de Manos Unidas en Guatemala, murió el 22 de septiembre.
Raquel Carballo, de Manos Unidas, ha querido rendirle un homenaje con este texto:
El doctor Carlos Arriola nos ha dejado después de una corta, aunque muy dura enfermedad. Realmente no se ha ido porque Carlos no puede irse, es imposible, pues su presencia y su huella persisten y persistirán en ese rincón, en la región chortí de Guatemala, tan olvidada por tantos, pero en la que Carlos vivió, se comprometió y luchó por más de 30 años.
Conocí a Carlos hace unos trece años, durante un viaje de seguimiento de Manos Unidas. Decidimos visitar el Dispensario Bethania, en Jocotán, porque nos habían hablado del trabajo y la gran labor que hacían en la lucha contra la desnutrición infantil, azote de esta región, para iniciar una colaboración.
Él nos recibió en un pequeño despacho y desde el primer momento hubo una gran sintonía. No te encontrabas con un doctor erudito, con aires de soberbia por saberlo todo de la región y su problemática. Todo lo contrario, ya que Carlos hablaba desde el corazón y desde una gran experiencia, fruto de toda una vida personal y profesional dedicada a los más pobres y olvidados.
Arriola contaba su propia historia de cómo llegó a este lugar para hacer sus prácticas médicas antes de licenciarse como médico, empujado por un compromiso cristiano, y por un gran sentido de la justicia que siempre le caracterizó.
El Dispensario lo regentaban algunas misioneras belgas y el padre Juan Maria Boxus, que también era párroco de Santiago (Jocotán). Desde el primer momento, Carlos formó un gran equipo con ellos y, lo más importante, aprendió a conocer al pueblo chortí y su dura realidad. Por ello, Carlos decidió quedarse y enraizarse con este pueblo durante toda su vida.
Durante nuestra primera visita al Dispensario, Carlos explicaba su trabajo y contaba cómo había ido creciendo como persona al enfrentarse al hambre, la pobreza y la muerte de tantos inocentes. Le puso rostro al sufrimiento. En ese primer encuentro, algo que impactaba de él era su profunda fe en Dios y en la Providencia, que había experimentado tantas veces como cuando se quedaban sin medicinas o sin los alimentos para atender el centro y, de repente, alguien traía sin esperarlo lo que necesitaban para salvar la vida de algún niño.
El doctor Arriola lo contaba con una alegría inmensa, el mismo júbilo que siempre irradiaba en cualquier tarea que llevaba a cabo.
Después de ese primer encuentro, hubo muchos más. Pude compartir con él trabajo, amistad y sueños durante muchos años. Visitar juntos las comunidades, como aquella vez en Marimba (Jocotán), mientras mostraba el centro de reserva de granos y su manejo, ejemplo para otras organizaciones, y la parcela comunitaria; recordaré siempre cómo hablaba con una alegría desbordante de cómo las familias Chortís se involucraban en tantas tareas comunitarias dando de lo poco que tenían.
Porque Carlos no se limitó al trabajo en el Dispensario. Con una gran visión, comenzaron a poner en marcha proyectos que permitieran luchar contra las causas de la desnutrición y garantizar una vida digna para las comunidades de Camotán y Jocotán.
Carlos, junto a un equipo joven, al que se sumó también su esposa Dilia, supo impulsar una visión de desarrollo integral donde el pueblo Chortí fuera el protagonista, sin imposiciones, rescatando sus saberes e involucrándose en sus luchas. Así era él.
Carlos ha sido maestro de muchos, un maestro bueno. En nuestro contexto, hablaríamos de un gran liderazgo, pero esa palabra nunca estuvo en su boca ni en la de las personas que trabajamos con él. Para nosotros ha sido y será nuestro maestro.
Su sensibilidad y empatía con y por los más pobres marcaron la hoja de ruta de su vida y su opción cristiana le llevó a ser constructor del Reino junto a los olvidados.
Con Carlos, aprendí a entender más profundamente la realidad de Guatemala, me enseñó a mirar y a escuchar lo que está detrás de la pobreza, lo que esconde y lo que la genera.
Maestro y amigo. Un héroe de los que no hacen ruido, de los que dejan huella. De esos que lo dan todo porque se dan sin condiciones, se gastan y desgastan como una candela.
Descansa en paz.