Tras el coronavirus y la guerra, la región etíope intenta recobrar la normalidad.
La región etíope del Tigray intenta cerrar las heridas provocadas por la pandemia y por dos largos años de guerra. Dicho conflicto mantuvo a la zona aislada del resto del mundo y provocó decenas de miles de muertos, así como el desplazamiento interno de casi dos millones de personas. Recientemente, un equipo de Manos Unidas visitó la zona y fue testigo de la lucha por la supervivencia de una población que enfrenta el futuro con la vista puesta en una paz que no acaba de llegar.
«En el Tigray no hay una sola familia que no haya sido víctima del conflicto», aseguran los socios locales con los que trabaja la ONG española en la región. Mujeres y niñas fueron violadas, hubo torturas, desplazamientos, desapariciones, asesinatos…
«Hay madres que han visto morir a todos sus hijos; hombres que han asistido con horror a la violación de sus madres, hijas, hermanas, asesinatos masivos… La violencia ha sido tan brutal que parece imposible que haya sido obra de seres humanos», relatan.
«En estos momentos, superar el trauma es fundamental para poder seguir con la vida diaria», asegura Tewelde Haileselassie, director adjunto de la Oficina de Desarrollo del Secretariado Católico de la diócesis de Adigrat (ADCS), con quienes Manos Unidas ha continuado trabajando en estos años en Etiopía, a pesar de las dificultades.
La superación del trauma es, precisamente, uno de los componentes de los proyectos que Manos Unidas ha apoyado y está apoyando en la región en estos tiempos convulsos, en los que la guerra ha devastado el tejido social de una región duramente castigada por la pobreza y el abandono.
«Nuestro trabajo en la zona se ha centrado, sobre todo, en garantizar la educación y el acceso a los servicios sanitarios. Todo, por supuesto, teniendo en cuenta las grandes dificultades derivadas del bloqueo al que se vio sometida la región y a la imposibilidad de trabajar en zonas en las que el conflicto estaba más latente», explica Goril Meisingset, responsable de proyectos de Manos Unidas en el este de África.
La guerra ha devastado el tejido social de una región duramente castigada por la pobreza y el abandono.
A lo largo de la visita, el equipo de Manos Unidas pudo constatar las grandes necesidades a las que se enfrenta diariamente la población. «Año y medio después de firmarse —en noviembre de 2022— el acuerdo de paz de Pretoria, la situación en el Tigray sigue siendo desesperada», denuncia monseñor Tesfasellassie Medhin, eparca de Adigrat.
El obispo de Adigrat lamenta profundamente las terribles consecuencias del conflicto de Gaza y de la guerra de Ucrania, pero pide encarecidamente que la comunidad internacional no «se olvide del Tigray, donde millones de personas sufren todavía las consecuencias de una guerra y un bloqueo, que internacionalmente pasó casi desapercibido, y que nos ha llevado a una enorme crisis humanitaria y económica».
A pesar de que con el acuerdo consiguieron silenciar las armas y trajo consigo la reanudación de los servicios básicos, como las telecomunicaciones, los bancos, la electricidad o la educación, «el gobierno federal no está cumpliendo parte de lo acordado y la situación en la zona oeste de nuestra región, en algunas woredas (distritos) y en otras zonas fronterizas con Eritrea, todavía ocupadas por fuerzas externas (amharas y eritreas), que no fueron parte del acuerdo, es terrible».
En el mes de marzo, la ayuda internacional seguía llegando con cuentagotas. Y el pueblo tigrino, además de sufrir las consecuencias del impacto negativo de la guerra, debe enfrentarse a una sequía como no se había visto en la región desde hace más de 20 años. «Son más de 4,5 millones de personas las que necesitan ayuda para sobrevivir», clama Medhin.
La infraestructura escolar y sanitaria ha sido la más dañada durante el conflicto. «Han ido a hacer todo el año que podían. Y han destruido todo aquello que pudiera suponer desarrollo y recuperación», lamenta el obispo de Adigrat.
«El ejército del país vecino (Eritrea) utilizó como cuarteles nuestras escuelas. Las destrozaron. Quemaron los libros, los pupitres… Rompieron las ventanas», enumera Tesfasellassie Medhin.
Además de la guerra, el bloqueo, el coronavirus y, ahora, el hambre son las principales causas del abandono escolar. Cuando se reanudaron las clases en abril de 2023, solo el 40 % de los alumnos había vuelto a la escuela. «Además, todavía hay más de 100 centros escolares ocupados por desplazados internos», explican desde ADCS.
«Por ejemplo, hay algo que es fundamental para la vuelta a la escuela y que no se suele tener en cuenta: el material escolar. Y Manos Unidas nos está ayudando mucho con eso. Aquí, las familias son muy pobres y la compra de material escolar es un gasto inasumible para ellos y, nosotros, con esta ayuda, estamos repartiendo este material que permite a los estudiantes volver a la escuela».
El complemento alimenticio que se entrega —muchas veces la única comida que se hace al día— es un aliciente para que los niños asistan a clase.
En la localidad de Adwa, el hospital Kidane Mehret, gestionado por las hermanas salesianas, fue el único centro hospitalario que permaneció a pleno funcionamiento durante la guerra hasta el punto de que el gobierno regional elevó su categoría a hospital general. «El resto de los centros sanitarios fueron destruidos. Solo nosotros continuamos trabajando, con apoyo de organizaciones como Manos Unidas. Nos abastecíamos de los productos de nuestra huerta y con ello dábamos de comer a los enfermos ingresados», asegura la hermana salesiana Pauline.
«Durante este tiempo el hospital atendió miles de partos. La mayoría de las mujeres embarazadas procedían de los campos de personas desplazadas y las carencias sufridas por estas mujeres gestantes han afectado a su salud y a la de los pequeños recién nacidos, que han venido al mundo afectados por problemas como la espina bífida o el labio leporino», explica la religiosa.
La pertinaz sequía que afecta al Tigray está llevando a los campesinos al límite. En la localidad de Wukro, Abba Gebre —director de la escuela profesional y técnica de St. Mary— explica como la falta de lluvias ha impedido cosechar a unas familias que miran al cielo con desesperación. Además, los militares se llevaron casi todo el ganado, destrozaron las colmenas y ha aumentado la desforestación, «y el Gobierno no hace nada por nuestros agricultores que lo han perdido todo».
Por el momento, es fundamental apoyar a las familias más vulnerables. «Les entregamos sacos de semillas de unos 25 kilos y los insumos para trabajar la tierra, además de algunos animales», relata Efrem Gidey, coordinador de programas de St. Mary. Con eso, los que están más cerca de algún lugar con agua consiguen plantar y cosechar lo suficiente para poder vivir unos meses. Y algunos incluso sacan algo de forraje para los animales. Pero toda ayuda es poco en una región en la que la inflación ronda el 40 % y la tasa de paro se acerca al 80 %.
El padre Abraha Hagos, director de ADCS, expresa su preocupación por lo que puede suceder el Tigray, donde ahora todos son víctimas.
«Ya no hay diferencias entre ricos y pobres. Todo el mundo tiene necesidades. Si seguimos así no sabemos qué va a pasar. No queremos más guerra, porque la guerra no ha beneficiado a nadie».
La capacidad de resiliencia del pueblo tigrino es infinita y, poco a poco, la vida va recuperando la normalidad, «aunque el trabajo por hacer todavía es enorme y solos no podemos hacerlo. Necesitamos mucha ayuda», finaliza Hagos.