Los parvularios se convierten en lugares de respiro para niños de entre 3 y 5 años.
Los encontramos en el desierto de Judea… Los gritos y risas que llenan el aire denso y caliente de esta inhóspita región de Cisjordania en la que se han visto confinados los beduinos jahalin, dan cuenta de donde estamos: el oasis que conforman las guarderías a las que acuden cientos de niños beduinos y en las que las hermanas misioneras combonianas ofrecen una educación infantil de calidad a los niños menores de 6 años.
Para llegar a estos remansos de paz y armonía, los pequeños, de entre 3 y 5 años, recorren kilómetros a pie, bajo un sol incandescente. Y lo hacen felices porque, «en la aridez del desierto y la inseguridad del entorno, agravada por el conflicto, las guarderías son, literalmente un oasis», aseguran las religiosas combonianas.
Para las hermanas, socio local con el que Manos Unidas desarrolla proyectos en la zona, las clases y juegos en estos parvularios «se convierten en momentos de respiro y paz para estos niños que se ven afectados por la violencia y la creciente inseguridad en sus comunidades».
Los beduinos son una comunidad con costumbres ancestrales que se dedicaban a la trashumancia y el pastoreo. Sus campamentos están ahora ubicados en pequeñas áreas fronterizas, confinadas entre el muro de separación, los asentamientos israelíes y las infraestructuras militares. La precariedad caracteriza todos los aspectos de la vida de estas personas, ignoradas y apartadas por el gobierno palestino.
Son más de 5.000 personas, casi totalmente aisladas, que viven en condiciones de extrema vulnerabilidad: sin agua potable ni electricidad y sin acceso a servicios básicos como la educación o la sanidad.
«Aunque parezca mentira, los beduidnos solo salen de sus campamentos para comprar alimentos o si tienen un problema de salud grave. Y este ostracismo se ve acrecentado en el caso de las mujeres y de los niños pequeños», explica Africa Marcitllach, responsable de proyectos de Manos Unidas en Oriente Medio.
En este contexto, los menores que no asisten a clase vagan todo el día por el desierto sin tener nada que hacer. «Y esto dificulta su integración en la escuela primaria». Pero la perseverancia de las combonianas y su adaptación y respeto a las costumbres beduinas han permitido que se introduzcan en las comunidades y que, con apoyo de Manos Unidas, inicien algunas actividades tendentes a la formación de niños menores de seis años o el fortalecimiento comunitario de mujeres y jóvenes.
Además, «que necesitan –explican- tener actividades expansivas después de meses sin clase por causa del conflicto». Algunos de estos niños acuden a un campamento de verano por primera vez en su vida y cuando se aproximaban las fechas de las actividades y la excursión a un centro recreativo, «no cabían en sí de gozo», celebran las religiosas.
En estos tiempos difíciles, en los que el conflicto no ha permitido que los niños asistan a clase, los campamentos son más necesarios que nunca. «En ellos pueden distraerse y trabajar los valores de reconciliación, tolerancia y paz», explica Africa Marcitllach.
También las mujeres pueden encontrar su espacio en esto proyecto. Más de 150 mujeres de estas comunidades beduinas, de entre 15 y 35 años, están asistiendo a talleres de formación en actividades para la generación de ingresos y a cursos de idiomas como el árabe y el inglés. Y 20 jóvenes varones aprenden inglés y hebrero, fundamentales para trabajar en Israel.
Estas iniciativas forman parte del compromiso de las misioneras combonianas de continuar brindando espacios seguros y oportunidades educativas que permitan a estas personas afrontar los desafíos con resiliencia y determinación. Un compromiso al que se suma Manos Unidas en cuerpo y alma.