En mayo de 2023, el estado indio de Manipur se vio sacudido por un estallido de violencia entre distintos grupos étnicos. Meses después, el papa Francisco nombraba al religioso Linus Neli arzobispo para Imphal, archidiócesis del estado. Desde entonces, monseñor no ha cejado en su empeño de conseguir que la reconciliación y la armonía regresen a un territorio que anhela vivir en paz.
Un año después del inicio del conflicto, el arzobispo de Imphal visitó la sede de Manos Unidas en Madrid y nos habló de las consecuencias que los enfrentamientos están teniendo sobre una población ya de por sí castigada por la pobreza.
Ante todo, habría que explicar que Manipur es un estado al noreste de India en el que conviven numerosos grupos étnicos. Los meiteis, de religión hinduista, son el grupo más numeroso y, esto es importante, no está considerado como tribu. El resto de comunidades son tribales, que viven en las colinas y cuyos dos grupos principales son los nagas —que tienen más de 15 tribus— y los kuki-zo, los kuki, que proceden mayoritariamente de Myanmar (antigua Birmania), el país vecino que lleva años en guerra.
Hace un año, el 3 de mayo de 2023, estalló el conflicto entre los meiteis y los kuki. De la noche a la mañana empezaron a asesinarse entre ellos, a quemar propiedades… Todos huyeron por seguridad, y así empezaron las complicaciones.
El origen de la violencia es incierto y puede tener diversas causas. Tendríamos que estar hablando mucho tiempo para explicarlo, pero la posesión de las tierras quizá sea la razón más plausible. Como he dicho, los meiteis no son una comunidad tribal, pero sí han pedido ser una «casta registrada», porque las castas registradas gozan de muchos privilegios por parte de la Unión India y obtienen semillas y reservas de tierra especiales. Hay que tener en cuenta que la comunidad meitei, pese a conformar el 53 % de la población del estado, posee tan solo el 10 % de las tierras. Por eso piden más oportunidades y reclaman más tierras para poder expandirse.
El conflicto con los kukis empezó porque muchas personas de esta tribu están entrando de manera ilegal en Manipur, huyendo del conflicto en Myanmar, y están ocupando las reservas forestales y los poblados de las colinas. Esto es ilegal y crea tensión y resistencia, porque el Gobierno ha ordenado desalojarlos de esos territorios.
Así es. En principio algunos miembros de la comunidad kuki están supuestamente usando la tierra ocupada para cultivar opio y marihuana para conseguir dinero fácil. Esto lo convierte también en una guerra contra las drogas. Además, el control del suministro de armas y municiones está acrecentando las tensiones entre los meiteis y los kuki-zo, y afecta a todo el estado.
Hay cansancio en ambos bandos. Tenemos muchos desplazados internos que viven en escuelas o en campos para desplazados. Entre 300 y 500 mujeres han dado a luz en estos campos, sin privacidad. Las personas están cansadas de no poder volver a sus vidas normales, a sus colegios, a sus trabajos. Muchas mujeres, por supervivencia, han tenido que dedicarse a la prostitución, para poder dar de comer a sus hijos… Los jóvenes están destruyendo su futuro. Entran en el dinero fácil de la droga…
La violencia está arruinando la educación de los niños. Muchos de los desplazados abandonan los estudios y se unen a las milicias. Se enfrentan unos con otros. No tienen oportunidades para acceder a la enseñanza superior ni a un puesto de trabajo.
Nosotros, la Iglesia católica y los representantes de otras confesiones queremos una solución duradera al conflicto y esta tiene que ser mediante la paz, la justicia, la armonía y la coexistencia. Existen varias formas de afrontar el diálogo: interreligioso, comunitario y de líderes sociales, pero el enfado y el dolor emocional son tan grandes que la reconciliación y la vuelta a la paz será difícil.
Necesitamos ayuda para construir centros de rehabilitación y contribución para las necesidades y el sustento de las familias. Necesitamos medios para la educación de los niños. En dos palabras: sustento y educación.