El secuestro de casi 300 niñas de un colegio en la localidad nigeriana de Chibok, a manos del grupo islamista radical Boko Haram, conmovió al mundo y puso en el foco internacional el drama que, desde hace demasiado tiempo, sufre la población del noreste de Nigeria. Aquella tragedia que data de 2014 desató una campaña global sin precedentes en redes sociales —#BringBackOurGirls— y se convirtió en símbolo de una violencia prolongada que ha dejado miles de muertos y millones de personas desplazadas, especialmente en el estado de Borno, epicentro del conflicto.
Pero, en medio de esta realidad dolorosa y amenazante, hay voces que no se rinden.
Una de ellas es la del padre Joseph F. Bature, sacerdote de la Diócesis de Maiduguri —donde la presencia cristiana es casi testimonial— y psicólogo clínico. Tras su formación en Roma, este sacerdote de 45 años, regresó a Nigeria con la convicción de acompañar a las víctimas de la violencia radical. Su trabajo en los campamentos de desplazados (millones de personas han tenido que abandonar sus hogares huyendo del terror) le ha permitido estar cerca del sufrimiento de muchas mujeres, marcadas por la violencia, el abandono y el olvido.
Esto le llevó a poner en marcha un proyecto que, para las personas a las que se dirige, significa esperanza y dignidad. Manos Unidas le acompaña en su empeño de abrir caminos hacia una vida nueva, libre de violencia y de terror.
En esta entrevista, nos habla del impacto profundo que ha tenido el fanatismo sobre las mujeres, del valor de su resistencia silenciosa, y de cómo, con pequeños gestos, se puede empezar a sanar una comunidad. Así nos lo cuenta.
La situación en el estado de Borno, al noreste de Nigeria, sigue siendo crítica tras más de catorce años de violencia ininterrumpida por parte de Boko Haram. Esta insurgencia ha dejado un rastro de destrucción, miedo y desplazamiento. Más de tres millones de personas han tenido que abandonar sus hogares, buscando refugio no solo en Nigeria, sino también en países vecinos como Camerún y Chad. Muchas de estas personas desplazadas continúan viviendo en campamentos, en condiciones extremadamente precarias y con una necesidad urgente de ayuda.
La crisis ha llevado al secuestro de numerosas mujeres y niñas, al asesinato brutal de jóvenes y niños, a violaciones y a una grave desnutrición infantil, especialmente en comunidades rurales y de difícil acceso. Aunque se ha restablecido la paz en algunas partes del estado y se ha reubicado a personas, muchas aún viven en la pobreza. Muchos niños están fuera del sistema escolar y las mujeres no pueden alimentar a sus familias. Con la inflación y la dura realidad económica, la situación está lejos de resolverse.
El conflicto ha sido especialmente duro para las mujeres. Muchas se han visto obligadas a asumir el rol de cabeza de familia tras perder a sus maridos, asesinados o desaparecidos. En muchos casos, aunque los hombres no fueron asesinados, huyeron o se separaron de sus esposas, dejando a las mujeres solas con la responsabilidad de sacar adelante a sus hijos. Este cambio forzado de roles ha sido muy duro y ha dado lugar a familias fragmentadas, donde las mujeres han tenido que encontrar la fuerza para resistir.
Además del abandono, muchas mujeres sufren marginación a la hora de acceder a recursos o ayudas. A pesar de los esfuerzos de diversas organizaciones por equilibrar la distribución, sigue existiendo una discriminación persistente, incluso desde dentro de sus propios hogares. La violencia de género, lejos de disminuir, ha aumentado. A menudo, los maridos exigen el dinero que las mujeres reciben de las ayudas o las amenazan con echarlas si no lo hacen. Algunas mujeres, sin alternativas, se ven forzadas a recurrir al sexo a cambio de alimentos o recursos, o se ven obligadas a retirar a sus hijos de la escuela porque no pueden pagar las tasas escolares.
Después de estudiar Psicología Clínica en Roma, fui destinado a trabajar con personas desplazadas internamente en Nigeria. En los campamentos vi el sufrimiento, la marginación y la violencia contra las mujeres. Acompañé a mujeres sobrevivientes de violencia de género, a mujeres que escaparon de la tortura y esclavitud de Boko Haram. Aunque brindábamos servicios generales a hombres y mujeres, cristianos y musulmanes, las mujeres seguían siendo las principales víctimas.
Viendo su compromiso y dedicación al bienestar de sus familias, así como su determinación por mejorar su situación socioeconómica y contribuir a la sociedad, sentí que debía hacer algo específico por ellas. En lugar de dejarlas marginadas y derrotadas por las duras condiciones, decidí apoyarlas especialmente. Porque si se apoya a una mujer, se está apoyando a toda una familia. Una de las mejores formas de reconstruir una sociedad resistente y próspera es reforzando la autonomía y el papel de las mujeres. También observé que, al brindarles apoyo, el proceso de recuperación de experiencias traumáticas se aceleraba, mejoraba su capacidad de tomar decisiones y se fortalecía la cohesión social. Por eso decidí centrar mis esfuerzos en el apoyo y desarrollo de las mujeres como base para una sociedad más justa y pacífica. Reforzar el papel de las mujeres es enriquecer a la sociedad y construir una nación.
Nuestro proyecto trabaja en varias líneas. La primera es la sanación, tanto del cuerpo como de la mente. Ofrecemos apoyo psicosocial, formación en habilidades y acceso a pequeñas actividades generadoras de ingresos. Todo esto ayuda a que las mujeres pasen de una situación de dependencia a una de autonomía. Al sentirse útiles y capaces, recuperan la confianza en sí mismas, afrontan con más fuerza las dificultades y son más optimistas respecto al futuro. Otro eje fundamental es la resiliencia. Cualquier reconstrucción de una comunidad devastada debe contar con las mujeres. Ellas conocen las necesidades reales de su entorno, actúan con compasión y son increíblemente resistentes. También fomentamos su participación en la toma de decisiones y su desarrollo económico, aspectos claves para que puedan salir adelante con dignidad. Aunque aún vivimos momentos difíciles, ver a algunas de estas mujeres ahorrar, organizarse y recuperar poco a poco su autoestima, es una señal esperanzadora.
En cuanto a los resultados del proyecto, aún es pronto para hablar de una historia de éxito definitiva, ya que el proceso está en marcha. Sin embargo, los indicios son positivos. He visto a muchas mujeres empezar a levantar la cabeza, hablar con más seguridad y tomar decisiones que antes no se atrevían a considerar.
Manos Unidas lleva trabajando en Nigeria desde 1976, y en los últimos años ha intensificado su labor en el noreste del país, donde la violencia de Boko Haram ha tenido un impacto devastador, especialmente en comunidades rurales y entre mujeres y niñas desplazadas.
La organización colabora con socios locales, como diócesis y congregaciones religiosas, para llevar a cabo proyectos de desarrollo integral, centrados en educación, salud, seguridad alimentaria y derechos humanos, con un enfoque especial en la promoción de la dignidad y autonomía de las mujeres.