Durante su participación en las Jornadas de Formación de Manos Unidas en 2016, quisimos preguntar a Monseñor Fernando Chica sobre una de las cuestiones centrales de nuestra Campaña: la necesidad de «compromiso». La gente podría pensar que no tiene fuerza para ayudar desde su pequeña parcela vital. Así, nos preguntamos: ¿qué consejo se puede dar a la gente para que vea que es posible acabar con el hambre?
Con ocasión de su participación en las Jornadas de Formación de Manos Unidas en 2016, quisimos preguntar a Monseñor Fernando Chica sobre una de las cuestiones centrales de nuestra Campaña: la necesidad de «compromiso». La gente a la que Manos Unidas pide compromiso puede pensar que no tiene fuerza suficiente para ayudar desde su pequeña parcela vital y por eso deja la solución de los grandes problemas a organismos como la FAO y otras organizaciones de Naciones Unidas. Así, nos preguntamos: ¿Qué consejo se puede dar a la gente para que vea que es posible acabar con el hambre?
Les diría algo tan sencillo como esto:
Los pobres son tan de carne y hueso como nosotros. No son cifras. Son personas que no han tenido nuestras mismas posibilidades. Ahora que tanto hablamos de Internet, de «la red», me parece que esta palabra nos puede ayudar a combatir la pobreza y el hambre. «Red» es un vocablo que nos está invitando a sumar, a vincularnos, a no ir cada uno por nuestro lado, sino a colaborar, a realizar acciones mancomunadamente. Para el cristiano, esas acciones conjuntas tienen un nombre: fraternidad.
Tenemos que descartar la idea de que el hambre o la pobreza son problemas que nos sobrepasan, problemas que existían antes de nosotros y que estarán después de nosotros. Ante una complejidad tal, tendemos a evadirnos. Nos decimos: ya habrá alguien que se ocupará de solucionar estos grandes problemas. La evasión, el descargar nuestra propia responsabilidad en grandes organismos o instituciones, no puede ir con nosotros, porque lo que hacen los organismos es fundamental, pero también es esencial lo nuestro.
Es decir, tenemos que sumar esfuerzos, iniciativas, decisiones, voluntades. La palabra clave en la ayuda a los pobres es «sinergia». Juntos podemos acabar con el hambre. Hemos de convencernos de esto. Es preciso converger, colaborar. No pensemos en que como hay instituciones internacionales que se ocupan de ayudar a los necesitados, no hace falta que yo haga algo por ellos. No es eso. En esta lucha nadie sobra, hay que sumar. Hay que crear redes que tengan como nombre «fraternidad» y como cimiento la solidaridad, para que se multipliquen los recursos y lleguemos a más pobres y de una manera más eficaz y concreta.
Convenzámonos: «Compartiendo se llega a más». Yo creo que esto podría ser un motor para nuestra vida. O, si se quiere: «El problema compartido es la mitad, la solidaridad compartida es el doble». Ciertamente estamos en la hora del compromiso, pero atención, flaco sería el compromiso que no llevara a la acción. En la lucha contra el hambre y la pobreza, primero está la palabra que sensibiliza, después la intención de hacer algo y el compromiso por hacerlo pero, al final, todo está encaminado a la acción, porque los pobres están hastiados de grandilocuentes declaraciones. A los pobres se les ayuda con acciones eficaces, concretas y perentorias. Ciertamente, las acciones son el resultado de compromisos serios pero lo que cuenta, al fin y al cabo, son las acciones.
Por tanto, ha llegado la hora de la acción; la hora de poner manos a la obra para erradicar de una vez por todas la miseria y el hambre en el mundo. Es la hora de actuar, es la hora de la voluntad política, de la voluntad individual y de la voluntad colectiva que decide poner en práctica lo que llamamos obras de misericordia: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento.
Texto de Monseñor Fernando Chica, Observador Permanente de la Santa Sede ante los organismos de Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura (FAO, FIDA y PMA).
Este artículo fue publicado en la Revista de Manos Unidas nº 202 (febrero-mayo 2017).
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