En febrero, nuestras compañeras Marta Marí Sáez y Mamen Lucas viajaron a Sierra Leona; su primera visita tras el último y mortífero brote de ébola. En su periplo recorrieron parte del país, marcado por el rastro de una enfermedad que, además de arrebatar la vida a 3.500 personas, dio al traste con el crecimiento económico de los últimos años.
En febrero, Marta Marí Sáez y Mamen Lucas, del departamento de África, viajaron a Sierra Leona, donde Manos Unidas trabaja desde 1989. Es la primera visita tras el último y mortífero brote de ébola. En su periplo recorrieron parte del país, marcado por el rastro de una enfermedad que, además de arrebatar la vida a 3.500 personas, dio al traste con el crecimiento económico de los últimos años. Entre 2014 y 2015 Manos Unidas aprobó 31 proyectos en Sierra Leona; 13 de ellos emergencias para combatir el ébola.
Se merecen un homenaje. Este relato del viaje de proyectos a Sierra Leona no puede comenzar sin antes reconocer, con admiración, el saber estar de nuestros socios durante la epidemia del ébola que ha asolado el África Occidental. Sin dramatismos, con temple y coraje han respondido a este enemigo silencioso. Nuestro reconocimiento a quien perdió al amigo y compañero médico y, aún así, luchó por reabrir cuanto antes su hospital; a quien construyó escuelas, perforó pozos y repartió semillas a pesar de las restricciones de movimiento; a quien atendió a las familias en los tiempos de la cuarentena y ahora en los de la recuperación.
En el avión que nos llevó este febrero de 2016 a Sierra Leona todo parecía igual que la última vez, en otoño de 2013. Ya en tierra llegaron los controles de temperatura; como en Benín y Ghana en 2015. Por lo demás, empezamos a darnos cuenta de lo allí sucedido hablando con nuestros socios: no hizo falta que preguntáramos porque salía a borbotones su experiencia durante la epidemia.
El agua es vida Víctor Wright, responsable de proyectos en el norte de Sierra Leona, relata que en las 10 comunidades donde se construyeron pozos y letrinas en 2014 no hubo casos de ébola. Mientras trabajaba en el proyecto, Víctor aprovechaba para transmitir mensajes para prevenir la enfermedad. Porque a las zonas más aisladas, a veces, no llegaban ni las recomendaciones de radio. Y él era una presencia amiga en quien confiar. “Esta enfermedad nos ha demostrado, como tantas otras, que la diferencia radica en el acceso al agua y a un mínimo de condiciones higiénicas”. |
Aunque la incidencia ha sido desigual desde que se iniciara el brote en el país en mayo de 2014, el sentimiento común es el de haber vivido en la incertidumbre de no saber de dónde venía el peligro. Nos contaban que, durante la guerra civil, el estruendo de las balas les alertaba de la presencia del combatiente y podían prepararse. Pero con el ébola, la enfermedad llegaba de un compañero de clase o con quien te cruzabas en el mercado o quien se sentaba a tu lado en la iglesia o en la mezquita.
Quieren regresar a la normalidad, a la de la etapa de la reconstrucción después del conflicto armado. Pero tras casi 2 años y 3.500 muertes solo en Sierra Leona y, aunque la OMS haya declarado en marzo de este año que la epidemia ya no representa un riesgo para la salud pública internacional, sus efectos en la economía y en la sociedad permanecerán por algún tiempo. El Gobierno, en su Plan de recuperación, y los economistas del African Economic Outlook desgranan el impacto socioeconómico del ébola: un descenso del PIB del impresionante 20% en 2013 (gracias al impulso de la minería, la agricultura y la construcción), al -2,5% de 2015 y un aumento del coste de la vida.
A nosotros durante el viaje nos han descrito las cicatrices de la epidemia. Son los cientos de adolescentes que se quedaron embarazadas en el año que permanecieron cerradas las aulas y de nuevo se incorporan ahora a la escuela. Son los jóvenes que trabajaron en los equipos de rastreo de casos, de enterramientos, de atención durante las cuarentenas y que ahora no sólo están sin trabajo sino que además encuentran el rechazo de su comunidad. Es el miedo que representa acudir a un centro de salud. Es el dolor de no haber despedido, como se merecía, al familiar muerto por la enfermedad. Pero la mayor cicatriz es el estigma; el que padecen los supervivientes y sus familias.
Grandes son los retos que afrontan pero enorme es su espíritu de lucha y superación. Seguiremos acompañándoles en el fortalecimiento del maltrecho sistema de salud, con la formación de enfermeras y técnicos de laboratorio; en la reactivación de la producción agrícola y con actividades de generación de ingresos con grupos de mujeres; en la mejora de las condiciones higiénicas y de acceso al agua potable en escuelas y comunidades.
Nuestro homenaje a su lucha y nuestro compromiso de continuar a su lado.
Texto de Marta Marí Sáez, Departamento de Proyectos de África.
Este artículo fue publicado en la Revista de Manos Unidas nº 200 (Junio-Septiembre de 2016).