Los innumerables conflictos que se están viviendo en África afectan de una forma tridimensional a los sectores alimentarios, energéticos y económicos. Esta triple crisis es la causa de un drama humano por el que muchos países africanos padecen la incesante subida del precio de la vida. Un círculo vicioso que, según el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, genera una inestabilidad política y social que es la mecha que, de nuevo, enciende nuevos conflictos.
Las causas son variadas. Algunos son conflictos motivados por el avance del yihadismo, como los que se producen en Burkina Faso, Mali, Níger o Chad, o los crecientes en el norte de Camerún y Kenia. En otros, como la constante inestabilidad en Sudán del Sur o la guerra silenciosa de Cabo Delgado en Mozambique, se mezclan los ataques a los cristianos por parte del Estado Islámico con una guerra por acaparar las innumerables riquezas que posee su subsuelo, como el grafito —indispensable para la fabricación de los deseados coches eléctricos— o el importantísimo yacimiento de gas que podría estar entre los más grandes del mundo.
El recrudecimiento del conflicto, ya endémico, de República Democrática del Congo a cargo del grupo armado M23 sembró los Kivus, en el este del país, de muerte y destrucción y de un reguero interminable de desplazados.
Por si esto fuera poco, el continente, que lentamente se recuperaba de la pandemia de la COVID-19, vio como la guerra en Ucrania agravaba aún más su inestable economía, al motivar un drástico aumento de los precios de mercado de bienes y servicios y el encarecimiento de los transportes; con el dramático resultado del aumento del número de personas que pasan hambre.
Las lluvias torrenciales e inundaciones en África Occidental y Central causaron importantes pérdidas de vidas humanas e innumerables desplazados y anegaron tierras de cultivo e infraestructuras. A ellas hay que sumar el impacto que tuvo la devastadora temporada de ciclones en África Austral y la sequía persistente que, por cuarta temporada consecutiva, afectó al Cuerno de África (Kenia, Etiopía y Somalia); otro de los efectos que el cambio climático está produciendo en un continente con más de 37 millones de personas al borde de la hambruna.
En este convulso panorama, Manos Unidas retomó los viajes a los países en los que trabajamos, salvo aquellos en los que, por su inseguridad, no era aconsejable, como es el caso de Mali, Burkina Faso o Sudán del Sur. Sin embargo, el conocimiento profundo de sus realidades, y la certeza de contar con socios locales de solvencia contrastada, nos permitió continuar con nuestra labor en ese difícil contexto.
En 2022, trabajamos en todos los sectores de cooperación, destacando por el número de proyectos y el importe de apoyo financiero, el de «Educación» y «Alimentación y medios de vida», seguidos por los del sector «Salud». Fieles a nuestros orígenes y teniendo en cuenta la desigualdad existente en el continente respecto del papel de la mujer en la sociedad, nuestro trabajo tuvo una especial mirada en este colectivo. El fomento del fortalecimiento de la sociedad civil y del tejido asociativo fueron igualmente objeto de una especial atención.
Debido a los virulentos desastres naturales y los innumerables conflictos registrados, realizamos un número elevado de emergencias para paliar el sufrimiento de las comunidades afectadas.
Ese esfuerzo se materializó en la aprobación de 208 proyectos en 32 países, con 1.030.176 de personas beneficiadas directamente.
Prudence, beneficiaria del Centro Sanitario Dlbamba en Douala, Camerún: «Contar con una pierna y un pie nuevo me ha permitido valerme por mí misma, conseguir un trabajo y participar, junto con otros beneficiarios del proyecto que, como yo, sufren de problemas de amputación, en la primera asociación femenina de football del país, Womens Amputee Football Association Cameroon (WAFAC). Doy gracias a Manos Unidas y a la encomiable labor de las hermanas Carmelitas Misioneras porque, gracias a su apoyo, han renovado nuestros cuerpos y nos han devuelto la dignidad».